martes, 3 de abril de 2007

Alcanzar la plenitud de uno mismo


Según Aristóteles, cada ser, cada especie tiene su propio "telos", es decir, surge en la naturaleza para hacerse a sí mismo, desarrollar cabalmente todas sus potencialidades. Así, consideramos que una mazorca de maíz, un tomate, un delfín o un caballo van llegando, en circunstancias normales, mientras dura su existencia, a su pleno desarrollo, a su plenitud natural (a su "telos"). Desde esta perspectiva, resultaría ridículo y fuera de lugar declarar que una ballena es "más excelsa" o de "mayor valía" que un pulpo, pues para el pulpo sería una catástrofe aspirar a parecerse o convertirse en ballena, pues su "telos" natural consiste en llegar a ser pulpo (si no se malentiende la expresión, podría decirse "un buen pulpo"). Lo mismo podría decirse, por ejemplo, de la metamorfosis de la mariposa, las mareas, los eclipses, el desarrollo de un niño, la organización de las termitas en sus hormigueros o la pigmentación variable del calamar.

Por consiguiente, el "deber" primordial de cada ser de la naturaleza consiste en desplegar y culminar su "telos"', es decir, en hacerse adecuadamente a sí mismo, no impedir el pleno desarrollo de su ser. Una abeja que tendiese a ser libélula o un ratón que suspirase por volar no llevarían a cabo su "telos" específico y propio, y se convertirían en un auténtico fiasco. En otras palabras, el mayor error que podría darse en la naturaleza consistiría en que alguien se empeñase en desconocer, ignorar o dar la espalda al pleno despliegue naural de su naturaleza, al propio" "telos": cada uno ha de tender a ser él mismo de la forma más acabada posible.

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