martes, 24 de abril de 2007

Amor pleno


Casi siempre seduce un cuerpo hermoso o atractivo (¿o nos parece y lo hacemos hermoso por el hecho de estar ya seducidos?), casi siempre atrae en el momento decisivo un cuerpo. Sin embargo, a medida que se van acumulando y cotejando experiencias y seducciones (activas y/o pasivas), con el paso de la edad y el tiempo, de las heridas y las cicatrices que va dejando la vida, quizá no sean pocos los que acaban por concluir que, a fin de cuentas, los cuerpos se parecen mucho unos a otros, los besos son más o menos iguales, el sexo -sin más aditamentos- termina siendo una colección de variaciones sobre el mismo tema, al igual que el sudor y el jadeo y el orgasmo y el final del final y las palabras de bienvenida y de amor y de despedida...

Cada ser humano va avanzando inexorablemente hacia la madurez (a propósito, ¿qué es eso de la madurez? ¿qué es ser mayor? ¿mayor que quién? ¿qué es ser adulto?) y algunos incluso tienen la ventura de arribar a la certeza de que lo que realmente merece la pena es el alma del otro. La posesión del otro es ante todo la posesión de su alma (sin que "alma" comporte ningún significado religioso o similar). Y el alma nunca se tiene ni se posee por derecho de conquista, pues sólo se entrega como regalo.

Un violador puede poseer violentamente un cuerpo, pero el alma de la víctima queda sólo asustada y espantada en un rincón, llorosa, maldiciendo al agresor. Es todo lo que consigue, todo lo que hace: forzar al otro, destruir al otro, a la vez que constatar su impotencia para amar y ser amado. El violador carece de alma, es un des-almado, precisamente porque se cree incapaz de buscarla en el otro, también de entregársela a alguien.

Y, sin embargo, el alma es la verdadera y quizá definitiva conquista, con tal de que conquistar a alguien sea principalmente tener la fortuna de que le done su alma de buen grado, de que incluso le vaya la propia vida en tal donación. El alma se da sobre todo a la persona con quien anhelamos compartir ese impulso. Por un tiempo. O por toda la vida. O por unos instantes.

Ahora bien, el alma de otro nunca se tiene, al menos entera, por completo: resulta siempre inabarcable, demasiado profunda. El alma del otro llega a ser para el amante una estrella fugaz, aparecida intermitentemente con toda su brillantez y fulgor sólo en determinados momentos misteriosos, mágicos. El otro repite una y otra vez que pertenece a quien ama, que es suyo, como su vida misma. Sin embargo, pensándolo bien, se trata de un imposible: él sigue siendo él, su cuerpo y su alma son sólo suyos, no son posible objeto de tamaña enajenación.

El amor total y perfecto es así una quimera precisamente porque nunca se consigue poseer plenamente el alma. Y por eso se vuelve a desear una y otra vez la posesión y el disfrute del cuerpo del otro, hasta llegar incluso a sentir un impulso real de devorarlo, de convertirlo en parte integrante de uno mismo.

El amor es insaciable, por mucho que se ame, principalmente por topar con la incapacidad de tener por completo al otro.

Sin embargo, el cuerpo, trazando finalmente un círculo perfecto (¿quizá también vicioso?), aparece así como el vehículo primordial y magnífico para penetrar en el alma del otro, para rozarla al menos de vez en cuando...

2 comentarios:

  1. Hoy he descubierto tu página por un comentario en El País.Gracias por todo.

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  2. De nada. Es una alegría compartir la página y todo lo que hay en ella. Bienvenida.

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