martes, 17 de abril de 2007

El ombligo de la araña


En el sótano 2º de un garaje privado, bajo la lámpara adosada a la pared de uno de los ascensores, una araña de cuerpo pequeño y enormes patas tejía una tela de la que parecía sentirse muy orgullosa. Dedicaba horas y horas a perfeccionar su tela, en la que de vez en cuando quedaban atrapados los más suculentos manjares, según el gusto de la araña. Sin embargo, había algunas cosas que la dejaban descontenta e insatisfecha. Por ejemplo, quejábase amargamente de la envidia de otras arañas, incapaces –según ella- de tejer unas telas tan resistentes y bellas como la suya. Tampoco le gustaban los ruidos de los coches al aparcar y las corrientes de aire producidas por el abrir y cerrar de las puertas de los ascensores. No obstante, lo que más la exasperaba eran ciertos bulos que propalaban otras arañas; principalmente, que, más allá de la lámpara y la pared donde moraba, más allá también de aquel recinto, había otros lugares, seres, sonidos, luces y colores. Aquella araña de cuerpo pequeño y enormes patas estaba convencida de que no había un lugar más hermoso ni una morada más confortable que donde ella vivía. Más aún, que cualquier otro lugar que no fuera el suyo era mera invención de las arañas envidiosas del garaje. Una noche, en plena oscuridad, la araña de cuerpo pequeño y grandes patas puso todo su empeño en plantearse el mundo y su existir de la forma más objetiva posible. Tras largas cavilaciones, aquella noche halló la verdad para ella más diáfana y honda que pudiere encontrarse: el lugar más hermoso, perfecto, admirable y central del universo era su propio ombligo. Y entonces, tras tan magnífico descubrimiento, la araña se sintió inmensamente feliz.

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