domingo, 28 de octubre de 2007

La palabra y el silencio


La palabra es el vehículo de la verdad, de la vida, de la búsqueda, del hallazgo.

En un aula nada debería ser más preciado que la palabra

Sin embargo, en un aula se suele exigir silencio.

Sólo habla uno (el enseñante); el alumno sólo ha de hablar y escribir cuando le dicen que debe hablar (al ser preguntado) y escribir (en los exámenes y en la realización de los “deberes” y los “trabajos”).

Si se habla cuando no se debe, se corre el riesgo de recibir un castigo o una reprimenda.

Si se escribe lo que no se debe, se corre el riesgo de recibir un suspenso.

Si se habla y escribe lo que y cuando y como está prescrito, se ingresará ipso facto en el limbo de los alumnos modélicos.

En muchos casos, la palabra nace muerta, está muerta, en el aula, en la escuela. No brota de la vida, sino de la obligación, del trabajo forzado y forzoso.

Si el silencio se impone sólo desde fuera, deja de ser una condición necesaria y propicia para poder pensar bien, con disfrute, con sosiego, y se transforma sólo en una mera obligación.

El silencio es también importante cuando se guarda para escuchar al otro: al profesor (si invita al pensar y a la palabra, a la pregunta y a la respuesta) y al compañero.

El sistema dicta que la palabra en un aula (también en una sociedad y en el mundo entero) ha de estar controlada, guiada. Debe responder a un guión preestablecido, a unas pautas fijas.

Lo que realmente está en peligro de extinción en la escuela no es sólo la palabra, sino la escuela misma.


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