jueves, 6 de marzo de 2008

Fotografías de la vida


Desde hace años, llamo a una determinada visión/elaboración de la vida “las fotografías de la vida”. En resumidas cuentas, la vida nos va mostrando la fotografía de lo que acontece. Esa fotografía es concreta, bastante precisa: muestra lo que hay, sin maquillajes, sin aditamentos. Ocurre, sin embargo, que a veces esa fotografía no nos gusta o no estamos dispuestos a aceptarla tal como aparee. Entonces nos empeñamos en echar la culpa a la propia fotografía. En algunos casos, como nos sentimos desgraciados o quedamos desairados ante esa fotografía, lloramos, pataleamos, maldecimos, hacemos responsable a cualquier presunto fotógrafo. En otros casos, preferimos cerrar los ojos y convencernos así de que la fotografía no existe. O quizá también tratamos por todos los medios de pintar del color que más nos convenga esa fotografía. Sería, en cambio, sencillo abrir los ojos, ver y mirar. La vida se presenta tal cual es, los demás aparecen en la presencia inmediata de sus cuerpos, sus palabras y sus miradas, de sus actos y sus omisiones. También uno mismo se muestra tal cual es. A veces puede producir un cierto vértigo contemplar la fotografía, en crudo, sin paliativos, sin objeciones. Se aparece así desnudo, sin caretas, sin reparos. Las fotografías de la vida des-cubren la realidad tal cual es. Es sencillo, es sano, es saludable contemplar las fotografías que la vida proporciona. Es también raro tener el arrojo de verlas con una sonrisa lúcida. Yo suelo hacerlo a menudo. Y me siento bien conmigo mismo. También con los demás: sé lo que ofrece cada uno, lo que quiere ofrecer, y no le pido más (los demás van mostrando su presencia en círculos concéntricos de afecto, de intimidad, de confianza, de fiesta compartida. Y me siento bien con la vida. Y con su final.

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