lunes, 27 de julio de 2009

Una peli de buenos y malos


Artículo a publicar en El Periódico de Aragón el 29 de julio, miércoles

Muchos hemos engullido en la niñez que los malos eran los indios, pues cortaban el cuero cabelludo a los pacíficos colonos que viajaban en sus carretas al Oeste y adoraban a ídolos falsos, como Manitú. Después, el enemigo fueron los alemanes (menos) y los japoneses de la Segunda Guerra Mundial, tan locos que se dejaban morir por un emperador pequeñito y con gafas y se suicidaban como kamikazes o haciéndose el harakiri. Los americanos eran guapos, tenían una familia que les mandaba cartas desde Ohio o Wisconsin y, sobre todo, siempre terminaban ganando y casi nunca moría el protagonista. Eso sí, en esas pelis no había imágenes ni se hacía mención de las dos bombas nucleares que los buenos habían arrojado sobre un Japón ya prácticamente vencido.

Los verdaderos enemigos mostraron su maligno rostro con la llegada de la guerra fría y los pavorosos peligros del comunismo: sus espías y soldados de enormes cejas eran ateos, crueles, despiadados y sobre todo querían apoderarse del mundo libre, es decir, del nuestro, aunque muchas de aquellas películas las viésemos en algunas cochambrosas salas de cine de la Celtiberia franquista, sesión doble y continua. Los americanos ya estaban en sus bases de Zaragoza, Torrejón y Rota para defendernos de la amenaza comunista, y sus aviones F.86 Sabre surcaban nuestros aires como garantía de que todo el mortífero y siniestro armamento atómico y nuclear de los rusos y los chinos no nos iban a molestar, pues nos amparaba el democrático y altruista armamento nuclear y atómico norteamericano.

Cuando llegaron las pelis sobre la guerra de Corea, nuestra admiración creció, pues el valor guerrero de los soldados americanos se vio acrecentado al estar luchando por la libertad y la democracia contra unos comunistas de ojos rasgados en una proporción de mil contra uno. Y todo lo hacían por nosotros, porque tuviéramos nevera de hielo y leche en polvo americana y, ante todo, porque nos viéramos librados del ateísmo y del comunismo. Cuando llegó Vietnam, seguimos viendo el mismo guión: los americanos defendían la libertad de los países libres del sur de Asia frente a las pretensiones imperialistas y expansionistas de la China maoísta. Posteriormente, mostraron en otras películas por qué no habían ganado de calle la guerra de Vietnam: aún no habían descubierto las artes y las dotes guerreras de Rambo, por entonces cabalgando quizá por las llanuras de Nebraska.

La confusión llegó cuando los buenos eran los iraquíes, con Sadam Hussein al frente, a quienes los bienhechores americanos ayudaban con ingentes cantidades de armamento en su guerra contra el Irán de Jomeini (a este respecto hubiera venido bien una buena película sobre el Irangate). 50.000 soldados iraníes murieron por bombas químicas, pero no pasaba nada: los iraquíes eran los buenos, hasta que un día Irak y Sadam quedaron transformados en el más peligroso y sanguinario enemigo de la humanidad. No ha habido muchas pelis sobre la invasión y la okupación de Irak, seguramente porque hay muchas más cosas que esconder que enseñar. La cosa es que ahorcaron al en otro tiempo jefe aliado bueno, han dejado a Irak hecho fosfatina y ahora es Irán la versión rediviva de Satán.

Otro tanto ha ocurrido en Afganistán. Durante años, los norteamericanos ayudaron con armamento y con asesores a los talibanes en su lucha contra la malvada Rusia comunista (eso de los derechos humanos de las mujeres y el fundamentalismo islámico era por entonces lo de menos), hasta que, a raíz del 11-S, decretaron que todo la maldad de la Tierra moraba en Afganistán y en sus talibanes. De hecho, algunas de las últimas pelis encauzan nuestras ideas por lo que ahora es la última de las revelaciones políticas preternaturales: la fuente de todos los males es, por un lado, el Eje del Mal (Irán, Corea del Norte, Libia, Siria y Cuba) y, por otro, Al Qaeda y el terrorismo internacional. Sin embargo, siendo objetivos, las películas no insisten mucho sobre esto del terrorismo, pues se corre el riesgo de que el espectador acabe por cabrearse porque no saber nunca los buenos dónde está Bin Laden (¿o sí lo saben, pero lo necesitan como enemigo?).

No hay, sin embargo, pelis sobre todos esos terroristas que en los últimos tiempos han dejado el mundo aún más esquilmado a base de especular financieramente a menos llenas. Pelis sobre todos esos sinvergüenzas impunes, chorizos de guante blanco, magos del engaño y del timo, que han puesto patas arriba la economía mundial y que juegan con las piezas del bienestar y del malestar mundial como si fuese una partida de Monopoly. Nos hablan de crisis crediticia e hipotecaria, de EREs, de billones de dólares públicos para remedio privado, pero no nos cuentan que esos delincuentes financieros son los verdaderos protagonistas del terrorismo mundial. Aunque se cuiden muy mucho de salir en las películas, dirigen de hecho la mayor parte de las pesadillas del mundo. Malditos sean.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si lo deseas, puedes hacer el comentario que consideres oportuno.