martes, 16 de noviembre de 2010

Incoherencia en la hierba

Artículo a publicar mañana en El Periódico de Aragón


Como todo quisque, puedo entrar en uno de los miles de bares, pubs, cervecerías  y cafeterías que hay en la ciudad, y beber allí alcohol hasta la completa embriaguez. Seguramente, llamarán a alguien que puede auxiliarme y llevarme a casa o me transportará una ambulancia hasta el hospital más cercano. Probablemente, la resaca posterior será de órdago y enorme el latigazo propinado al hígado y al estómago, pero, si quiero y dispongo de dinero, al día siguiente puedo hacer lo mismo sin trabas. Entretanto, por la calle me iré topando a menudo con vallas publicitarias que artísticamente anuncian bebidas alcohólicas, pues vivimos en una sociedad y dentro de una cultura donde no se concibe fiestas, celebraciones, bodas, Nocheviejas, cumpleaños, comidas de postín, etc. sin una buena cantidad de alcohol.
La clave está en saber beber con moderación –me dirán algunos. Y no podré entonces estar más de acuerdo con ese consejo, pues casi todo puede convertirse en un placer si se aprende a utilizarlo bien y en verdadero provecho propio. Sin embargo, la realidad parece mucho más cruda que lo que quieren mostrar esos sabios consejos: según un estudio publicado en la revista médica The Lancet, donde se miden los efectos perjudiciales de las distintas sustancias adictivas tanto en el consumidor como en su entorno y la sociedad donde vive, el alcohol es más dañino que, por ejemplo, la heroína y el crack.
En ese estudio, cada droga es valorada de 0 a 100 (máximo daño), según unos detallados criterios que abarcan los daños y perjuicios causados al consumidor y a los demás. Pues bien, mientras el alcohol obtiene una puntuación de 72, la heroína de 55 y el crack de 54, vemos que, por ejemplo, la cocaína (27), el tabaco (26) y el éxtasis (9) tienen menores efectos perniciosos para el individuo y su entorno. Sin embargo, a pesar de la evidencia de estos datos, expertos y políticos seguirán hablando de “alcohol y las drogas”, como si el alcohol solo perteneciese al limbo de las sustancias festivas y del “buen rollo”. En nuestro país la policía perseguirá a quienes venden marcas falsas de bebidas alcohólicas, pero no al productor, al pequeño y gran traficante, al consumidor en sitios públicos y abiertos de cualquier otra droga que no sea alcohol y tabaco.
Eso sí, para que no molesten al vecindario, se organizará el botellón para la gente joven (a sabiendas de que muchos de ellos acaban más que maltrechos de tanto ingerir alcohol), designándoles unos lugares concretos para que allí beban, fumen y hagan lo que les dé la gana (el 72 de puntuación del alcohol y el 26 del tabaco en el estudio de The Lancet es ya solo papel mojado): se trata de drogas “legales”. ¿Se imagina alguien qué pasaría si desde el parlamento de la nación o desde algún organismo municipal se instituyese, por ejemplo, el “hierbón” o el “pastillón”, donde esos mismos jóvenes pudiesen fumar hachís o marihuana legalmente y tomar cuantas y cuales pastillas desearen? Ambas modalidades de sustancias tienen una puntuación mucho menor que el alcohol y el tabaco, pero son “ilegales”, es decir, las autoridades han decidido que son perseguibles y duramente sancionables en algunos casos.
Vivimos en una sociedad hipócrita, donde la irracionalidad se ve alentada por el miedo y la culpa mal informados y donde los intereses de unos cuantos, que obtienen y manejan inmensas fortunas a causa del tráfico de estupefacientes, condicionan directa e  indirectamente parlamentos, tribunales, policías y gobernantes de muchas partes del mundo. Las grandes empresas del tabaco y el alcohol perderían sus enormes ganancias si sus productos no fueran legales. Los grandes traficantes de las denominadas “drogas ilegales” perderían sus estratosféricos beneficios económicos, blanqueados inmediatamente en el complejo entramado socioeconómico de un país, si se legalizaran. La legislación está así, de hecho, al servicio de los intereses de traficantes y capos, y eso es una grande e hipócrita irracionalidad que se acaba viendo (también nos educan el ojo) como lo más normal del mundo.
Según la OMS, 2,5 millones de seres humanos mueren anualmente a causa del alcohol (corazón, hígado, accidentes de tráfico, suicidios y cáncer), que es el tercer factor de riesgo de muerte prematura y de discapacidad en todo el mundo. Según el Informe Mundial sobre las Drogas 2010, entre 155 y 250 millones de personas consumen drogas ilícitas en el mundo (¿se imagina usted a cuánto ascendería esa cifra si estuvieran incluidos el alcohol y el tabaco?).  Pues bien, la marihuana es la sustancia más consumida (entre 129 y 190 millones de personas), seguida de las metanfetaminas, los opiáceos y la cocaína. ¿Por qué no se legaliza la marihuana? ¿Con que criterios objetivos, científicos, permanece ilegalizada, salvo quizá los citados intereses económicos de quienes se lucran con su comercio y la insoportable levedad del dinero, del miedo, del poder y del voto por parte de nuestra clase política? ¿Por qué no se legalizan todas las drogas y se aprende/enseña a no necesitar ninguna?

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