martes, 21 de diciembre de 2010

Un buen amigo viaja en AVE

Artículo a publicar mañana en El Periódico de Aragón

El tren estaba a punto de arrancar cuando lo vi sentado frente a mí: desde hace muchos años somos buenos amigos y cada vez que nos vemos compruebo que los años no pasan por él. Enseguida, como es habitual entre nosotros, se puso a hablar con calma y sin pausa. Esta vez quería comentarme algunas cosas sobre la amistad y, como asentí con la cabeza, a renglón seguido comenzó a desgranar sus pensamientos. La amistad, dijo, es lo más necesario para la vida: de hecho, nadie querría vivir sin amigos, por muy rico, poderoso o famoso que fuese, pues solo con amigos  la vida se hace plena y dichosa. Piensa, si no –continuó-, que dos amigos no se reclaman justicia, pero dos hombres, por muy justos que sean, sí necesitan de la amistad. O sea –concluyó-, que la amistad no solo es necesaria, sino también hermosa.
Dejábamos atrás Calatayud, y él proseguía explicando con tono apacible que algunos buscan tener amigos por interés y otros quieren estar con los amigos sobre todo para pasarlo bien, pero en ambos casos no se puede hablar propiamente de amistad, ya que entonces se buscan primordialmente a sí mismos y quieren tener amigos solo por lo que les procuran (utilidad o placer). Sin embargo, los verdaderos amigos quieren simplemente lo mejor para el otro y quieren al amigo por él mismo, por lo que es. Y no es que un verdadero amigo –precisó-  no nos resulte agradable y útil para la vida, pero en ningún caso debería ser un medio que utilizamos solo por propio interés o para pasarlo bien, sino una persona en la que sobre todo se reposa plácidamente y se confía,  pues deseamos el bien del amigo sencillamente por el aprecio que le tenemos. Un amigo es un tesoro que proporciona toda su riqueza, por eso nada se le exige a un amigo, pues ha de bastar lo que es y como es.
A lo lejos se veían los campos del Jalón, y él continuaba incansable con sus reflexiones: no es posible ser amigo de muchos con perfecta amistad, como tampoco lo es estar enamorado de muchos al mismo tiempo (pues amar tiende a rebosar en amor, lo que solo puede cumplirse con un sola persona). No hay que olvidar además que todos nos complacemos en ser queridos por el agrado que produce el cariño mismo, y por eso tenemos esa sensación tan grata de descanso y confiada intimidad cuando estamos con un verdadero amigo: con él no hay reproches ni exigencias. Todos queremos lo que es hermoso, y a la vez escogemos deliberadamente lo provechoso: de ahí que sea tan hermoso procurar el bien del amigo sin buscar una compensación y tan provechoso para nosotros mismos recibir sus atenciones. No hay que exigir, pues, del amigo lo que no es o no tiene, pues en tal caso estamos obrando de modo egoísta, al esperar de él más bien lo que nos gustaría que fuese. De hecho, las diferencias entre amigos suelen tener lugar cuando no son amigos de la manera que creen serlo.
El tren se encaminaba ya hacia Guadalajara cuando me explicó que, en el fondo, las relaciones amistosas se originan de la relación que cada uno tiene consigo mismo. Un verdadero amigo es el que quiere lo mejor para el otro y, si lo pensamos bien, no es otra cosa lo que queremos y deseamos para nosotros mismos. Podemos dolernos y disfrutar con el amigo, porque en la vida también nos dolemos y disfrutamos en la soledad de nosotros mismos. En el fondo, el amigo es otro yo. Por eso la plenitud de la amistad es comparable al amor que una persona debe tenerse a sí misma.
Por lo mismo, quienes sufren un desequilibrio interior buscan compañeros (no amigos) con los que consumir los días y escapar de sí mismos, porque, si no, estando solos, se acuerdan de muchas cosas desagradables y temen que les sobrevengan otras parecidas. Al tener pocas cosas amables  en su vida, son incapaces de experimentar sentimientos de amistad hacia sí mismos, y de vivir las cosas buenas y las dolorosas consigo mismos, olvidando así que cada uno ha de ser el mejor amigo de sí mismo y que debemos amarnos sobre todo  a nosotros mismos. Así se entiende incluso que quienes dan su vida por un amigo eligen para sí mismos el mayor bien, y que la amistad es condición necesaria para la felicidad.
El tren se detuvo en Atocha y mi buen amigo Aristóteles volvió a reposar en el libro Ética a Nicómaco. “Me gustaría vivir también en la casa de tus amigos y tus lectores” –me dijo como despedida-. “Puedo ser un buen regalo en estas fiestas y morar así en sus mentes y sus corazones”.

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