Hace unas semana, el profesor Miguel Miranda señalaba desde estas
páginas que Stephen Hawking no
podría acceder al Paraninfo de la Universidad de Zaragoza por tener unas
escaleras de acceso tan hermosas como inaccesibles y al mismo tiempo carecer de
una simple rampa de acceso para personas que necesitan utilizar una silla de
ruedas. Redondeaba su atinado artículo diciendo que la ciudad es para todos los
ciudadanos, no solo para los estetas.
No
pocas personas están en el mismo caso que Hawking; por ejemplo, yo mismo.
Alguna vez me he armado de valor y, tras acceder precariamente por la parte
trasera del Paraninfo y con el auxilio de algunos empleados ser conducido hasta
la planta a través de laberínticos pasillos y un más que exiguo ascensor, he
podido ver la exposición o asistir al acto deseados, para finalmente tener que
deshacer el intrincado camino y poder regresar a la calle. El flamante edificio
fue restaurado e inaugurado en 2008 por los reyes de España, acompañados por las más altas figuras de la política y la
cultura aragonesas. Al parecer, todos admiraron y encomiaron la belleza del
edificio restaurado, pero nadie tuvo ojos para percatarse de que allí no había
rampa de acceso ni adivinó las heridas interiores que pueden ir dejando los
obstáculos y las barreras externas.
Hawking tampoco podría entrar en casi ninguna oficina de correos ni
empujar las pesadas puertas de une entidad bancaria, salvo que fuese auxiliado
por una o varias personas. En el caso de que tuviera la fortuna de encontrar algún
negocio o tienda accesibles, tendría que haber recorrido antes trayectos con bordillos
poco amistosos y algunos pasos de peatones en los que quedarían atrapadas sus
ruedas.
Si fuera funcionario y tuviera que ir a su Mutualidad para solicitar
alguna prestación o un simple talonario de recetas, se toparía con unas
estrechas, empinadas e inaccesibles escaleras y un ascensor aún más
inaccesible. Es decir, por sí solo se quedaría sin prestación o sin talonario. Si
quisiera preguntar, reclamar o contratar algo, por ejemplo, en una oficina de
seguros, se quedaría en la calle, mirando los magníficos letreros y las inaccesibles
escalinatas de no pocas compañías de seguros de postín. Si buscase el
asesoramiento de un abogado o la consulta de un médico, su primera preocupación
sería si ese despacho o esa consulta son accesibles.
Si como consuelo resolviese tomar algo en un bar o una cafetería para
compensar un poco tanta frustración, tampoco le resultaría fácil acceder a
buena parte de los locales, pues el bordillo o las escaleras de la entrada se
lo impedirían. Ni que decir tiene que el problema se agravaría si desease ir a
un restaurante. La mayor parte de ellos no son accesibles y entrar en buena
parte del resto requeriría que empleados o acompañantes subiesen a pulso su
silla de ruedas. Después, Hawking se quedaría pensando en lo buena que es la
gente y en lo ajena que es casi toda a la presencia de barreras arquitectónicas.
Hawking tocaría madera sobre todo si tuviera urgencia de ir a los
servicios. Para minusválidos hay pocos, muy pocos. Normalmente, el servicio de
un establecimiento público es una cuestión de suerte y de azar: salvo alguno
accesible e incluso preparado para discapacitados, se toparía con servicios
estrechos e inadecuados, algunos de ellos ubicados en angostos sótanos, así que
Stephen Hawking debería salir bien evacuado de casa o tener una vejiga y un
intestino con un aguante de campeonato. Como se le ocurriera, en fin, ir al
cine, iría aviado, pues no pocas de las salas de cine equivaldrían para él a escalar
el Aconcagua.
De los autobuses para qué hablar. A pesar de la propaganda oficial,
quedan muchas líneas sin rampa para sillas, y el deficiente mantenimiento de
las rampas en los buses que las tienen deja más de una vez al discapacitado con
un palmo de narices: “no funciona”, “no baja”, “no sube” la rampa, hasta llegar
incluso a que todos los viajeros deban cambiar de bus porque la rampa se ha estropeado.
De los trenes, tres cuartos de lo mismo. Si hay AVE o si hay Alvia, Hawking
podrá viajar en tren. De lo contrario, se tendrá que quedar en casita. Dicho de
otro modo, si quiere ir a Madrid, AVE. Si Alicante, Alvia. Si Murcia, por
ejemplo, a joderse toca.
En efecto, Stephen Hawking no
podría subir la escalinata del Paraninfo, y asimismo se quedaría con unos
cuantos kilos de impotencia y frustración si pretendiera darse un garbeo en su
silla de ruedas por no pocos lugares de esa Zaragoza tan hermosa, ahora tan
patas arriba, tan progresista, tan del pueblo, salvo que en algunos sitios se vaya
en silla de ruedas.
¡Hola, Antonio! Aunque haga mucho tiempo que no te dejo comentarios no he dejado de leerte. En este caso, no puedo callarme ya que me siento muy concienciada con todo el problema que generan las barreras arquitectónicas de nuestra ciudad.
ResponderEliminarMe hierve la sangre no sólo por los casos que mencionas sino el hecho de que locales de ocio de relativamente reciente apertura sigan teniendo dos palmos de escalón y me crecen los colmillos cada vez que leo o escucho al capitoste político de turno decir que se están suprimiendo las barreras de todos los sitios oficiales y de los centros de salud. Vamos a ver, una persona que va en silla de ruedas no sólo sale a la calle para ir al médico o despachar asuntos oficiales. También le apetece salir para ir al cine, tomarse una copa o cenar con sus amistades. Cuántos locales bonitos he tenido que dejar de compartir con algunos amigos sólo porque no son accesibles para ellos.
Tus palabras son una verdadera inyección de ánimo y solidaridad. Es de esperar que la sensibilidad y el gran corazón que manifiestas se vaya contagiando a mucha gente.
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