sábado, 11 de agosto de 2012

Las biografías no caben en un tonel


Publicado el 13 de agosto en Diario de Aire, bajo el tiítulo LA DESVENTURADA BIOGRAFÍA DE MILLONES DE PERSONAS, ESCRITA POR UNOS DESALMADOS

Diógenes salió de su tonel, estiró sus brazos, bostezó sonoramente y se puso en marcha. Un importante comerciante de la ciudad le esperaba en el Areópago, pues le había transmitido su deseo de intercambiar con él algunos puntos de vista sobre la vida y el mundo.
“Enséñame cómo escribir mi biografía”, fue lo primero que escuchó Diógenes, ya antes de tenderse tranquilamente al sol y a la brisa mediterránea. “¿Y para qué quieres perder el tiempo en una cosa tan baladí como escribir una biografía?”, preguntó al comerciante, que le explicó trabajosamente que se hacía viejo y quería dejar a sus hijos y a sus nietos los hechos más relevantes de su vida. Nada más oír esto, Diógenes se levantó de inmediato y se largó de allí sin dar explicaciones. El comerciante, conocedor de los desplantes habituales de Diógenes, no se inmutó, llamó al meteco macedonio que tenía a su servicio y se dispuso a dictarle sin dilación sus primeros pasos por la vida.
Es difícil, pensaba Diógenes de vuelta a su tonel, escribir una biografía sin determinar antes qué ha sido y es  importante en la propia vida y en la vida en general. Solemos creer, a fuerza de redactar y presentar currículos de todo tipo y condición que la biografía consiste en los datos incluidos en un currículo: nombre, dirección, NIF Y SS, padres, estado civil, hijos, estudios, idiomas, años trabajados…, pero con ello corremos el riesgo de terminar creyendo que somos básicamente lo que ven, esperan y quieren los demás. Sin embargo, la biografía se escribe cada instante, cada segundo, cada momento de cada vivencia de cada día de cada año. Y si no se escribe en soledad, no es biografía ni es nada.
Por aquel entonces Diógenes tenía ya la considerable edad de sesenta y cuatro años y, al evocar fugazmente su intrincado periplo por la vida, cerró sus ojos y se quedó muy quieto, sintiendo cómo le bullían dentro infinitos momentos, de todos los colores, sabores y sonidos, que le habían ido construyendo, tal como era.
No obstante, Diógenes también sabía que muchos de esos momentos dependen de variables y circunstancias que apenas dependen de uno mismo. A la fulgurante promesa de amor eterno le sigue la tormentosa quiebra de la pareja, y los más rutilantes planes acariciados en la juventud pueden quedar modificados por la enfermedad, la muerte de seres queridos, los fracasos, los éxitos, la soledad, el agobio y todo un cúmulo más de elementos que escriben con gruesos trazos la única, real y definitiva biografía de cada persona.
Así, los demás contribuyen a la escritura de una biografía, pues buena parte de la calidez y la frialdad, de lo luminoso y lo lóbrego de una vida ha dependido de quienes allí han estado presentes. La vida es un forcejeo donde cada uno trata de encontrar la estima y la valoración de los demás (de buen grado o , en algunos casos, por la fuerza). En ese forcejeo nace la amistad más hermosa o la traición, la colaboración y la mano tendida o la envidia y la hostilidad. Diógenes se pregunta a menudo si al final de la vida valdrá solo cuánto y cuántos nos han querido, cuánto y a cuántos hemos querido.
Últimamente, escondidos tras el disfraz inicuo de “los mercados”, unos desalmados (=sin alma) están escribiendo la desventurada biografía de muchos millones de personas, que se preguntan, desolados e indignados, qué puede escribirse honorablemente en el paro, en unos recortes sociales y laborales salvajes, en la precariedad económica, en la hambruna, en la agresión contra la escuela y la sanidad públicas, en una amenaza de conseguir una pensión a una edad imposible para casi todos y con apenas años trabajados y cotizados.
Esos desalmados hacen que algunos niños vayan a la escuela con su comida en una fiambrera (¿Igualdad? Cada niño una comida diferente, según los posibles de cada familia) que deberán calentar cada mediodía a cambio de unos euros.  Entretanto, los ediles de mi ciudad interrumpirán el Pleno municipal para comer y beber el generoso catering procedente del Club Náutico (pagado por la ciudadanía), los gobernantes y parlamentarios de mi tierra harán otro tanto cuando les venga en gana, al igual que lo hacen otros miles de representantes públicos de mi país y del mundo rico en desayunos, comidas, meriendas o cenas protocolarios.
Una frase de La inmortalidad, de Milan Kundera había penetrado como un relámpago hasta el corazón de Diógenes: “Cuando pasaba junto a ellos, aunque estuvieran apenas a dos o tres metros, no los veía. Padecía de presbicia espiritual”. Desde entonces Diógenes se pregunta si no deberían ir al oftalmólogo todos esos desalmados, hijos de mala madre, que padecen presbicia espiritual y no dejan escribir a cada persona una biografía digna y decente de la propia vida.





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