martes, 7 de agosto de 2012

Mujeres y verdugos

Artículo a publicar mañana en El Periódico de Aragón


Los enterraron hasta la cintura y los machacaron hasta la muerte a pedradas. Es la primera lapidación acaecida en el norte de Malí de una pareja que había cometido el pecado de convivir sin estar casados. Dejan a la intemperie de aquel mundo despiadado a dos niños, el pequeño de seis meses de edad, pues los islamistas creen que hay un dios que se regocija o se enoja según la forma de amarse de un hombre y una mujer.
Corremos el riesgo de ir acomodando nuestras mentes a las noticias de lapidación en el mundo. Al principio, cundió la indignación y muchos nos aprestamos a mandar cartas y secundar campañas en contra de esa salvajada asesina. Hoy recibimos la enésima noticia de linchamiento como si se tratase del boletín meteorológico del día siguiente. Sin embargo, la crueldad sigue siendo la misma: en algunos países islámicos las relaciones sexuales entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio están castigadas con duras penas de cárcel; en otros, se castiga con la muerte, pues cometen adulterio aunque no estén casados.
Asombra y duele sobremanera ver que haya personas en el mundo (tan descendientes del Homo Sapiens como cualquier otro hijo de vecino) que creen que hay un dios que se preocupa de qué carne comemos, cómo está sacrificada y cortada, de los documentos oficiales que certifican que una pareja está matrimoniada, de cuántas veces nos lavamos al día o de que la mujer no vaya por la calle enseñando el pelo o los brazos.
 En el año 2008, ocupado Afganistán por fuerzas armadas internacionales y supervisado por Naciones Unidas, un joven periodista afgano, Sayed Pervez Kambaksh, fue condenado a muerte por un tribunal afgano por blasfemia contra el Islam, acusado de distribuir en la universidad un escrito donde se cuestionaba que los hombres musulmanes pudieran tener cuatro esposas y las mujeres, en cambio, un solo marido. Tras sufrir doce meses de prisión y debido a la fuerte presión internacional, fue indultado por el presidente afgano, Hamid Karzai.
Los monoteísmos dominan gran parte del mundo, lo sojuzgan con sus dogmas, su rigorismo, su intransigencia, su extrema dureza, su ansia de monopolizar el poder en un delirante sueño de teocracia sin límites. Sus rectores son siempre varones, reacios al sexo, a la libertad, a la libertad de ideas y de expresión, a la libertad sexual. Esos líderes religiosos son, utilizando una expresión de Uta Ranke-Heinemann, eunucos por un supuesto paraíso, elegidos, responsables de la ortodoxia y de la rectitud en las costumbres. Esos eunucos acaparan el poder y hacen que la mujer esté siempre oculta o en un profundo segundo término. La consideran sucia, fuente de pecado, débil, sometida, propiedad omnímoda del varón, padre o esposo. Incluso en el budismo y sus monasterios es claro el machismo reinante en su ideología y su praxis.
La propaganda cotidiana nos presenta el burka como símbolo por antonomasia del sometimiento de la mujer. En realidad, ese vomitivo atuendo es implantado a principios del siglo XX por la clase alta afgana para que sus mujeres quedasen fuera de las miradas de la plebe (incluso las mujeres de familias acomodadas quizá se sentirían bien al quedar así abiertamente por encima de las plebeyas). Como a veces la especie humana se empeña en superarse a sí misma en estupidez, en la década de los 50 las clases bajas fueron imitando a las ricas y se endosaron el burka. Después llegaron los talibanes, una clase de eunucos mentales especialmente feroces e ignorantes, y lo declararon obligatorio. En conclusión, una nueva cárcel para la mujer.
Los varones eunucos en algunos monoteísmos (por ejemplo, el catolicismo) no pueden casarse ni oficialmente mantener relaciones sexuales, pero no se cansan de pontificar sobre lo que, dada su supuesta carencia de experiencia, nada saben. Por eso se remiten a sus dioses que, dada su lejanía y su impenetrable silencio, aún parecen saber menos. A Cotino le parece de perlas que una mujer que decida abortar vea antes la ecografía del feto. Gallardón prefiere una liliputiense ley de supuestos a una ley de plazos. El Vaticano prohíbe los anticonceptivos. Karzai accede a la demanda chií de que los hombres puedan negar la comida y el sustento a sus mujeres si estas no se avienen a cumplir obedientemente los deseos sexuales de sus maridos. Incluso hace pocos años un clérigo islámico malasio proclamaba que las mujeres deberían llevar cinturón de castidad, entre otras cosas para que los maridos pudieran sentirse así más seguros.
Ellas, lapidadas, quemadas, proscritas, ignoradas, azotadas, violadas, despreciadas, aniquiladas (=de nihil, nada). Por el contrario, hombres y solo hombres son los Papas, los ayatolás, los rabinos, los obispos, los sacerdotes, los imanes y toda una larga lista más de los presuntos pastores religiosos y espirituales (como su propio nombre indica, necesitan ver a los demás como rebaño).
Varones y vitalmente eunucos son siempre los verdugos de la mujer.


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