Publicado en Público.es el 16 de marzo de 2013
Hace ya cinco años que la crisis empezó a mostrarse con todo su vigor
y que los economistas más críticos comenzamos a advertir de lo que se
venía encima. Desde entonces hemos venido analizándola, haciendo
propuestas constantes y señalando sus peligros y las circunstancias más
favorables que había que tratar de crear para poder hacerle frente
mejorando en la mayor medida de lo posible el bienestar de las personas.
En un artículo que publiqué el 10 de septiembre de 2007 exponía la que
me parecía que la verdadera naturaleza de la crisis y decía que había
alternativas pero que no podrían llevarse a cabo “si los ciudadanos no
son capaces de negar el estado de cosas actual, de imponer su voluntad
sobre la de los mercados en donde gobiernan los poderosos y para ello es
preciso no solo que sean conscientes de la naturaleza real de estos
problemas económicos sino que tengan el poder suficiente para convertir
sus intereses en voluntades sociales y éstas en decisiones políticas” (
Diez ideas para entender la crisis financiera, sus causas, sus responsables y sus posibles soluciones). Mensajes parecidos, si no idénticos, divulgaron otros economistas, asociaciones, sindicatos y organizaciones de todo tipo.
Pero a pesar de saber desde el principio lo que iba a suceder y de
disponer de suficiente información y de conocer las alternativas, lo
cierto es que no se ha conseguido articular la fuerza social y política
suficiente para frenar los recortes sociales y el desmantelamiento de la
democracia.
Es cierto que se han llevado a cabo experiencias novedosas y
rompedoras, como el 15-M o los movimientos de indignados en otros
lugares del mundo, que ha habido más unidad de acción que nunca, que el
número de personas que acude a actos, conferencias, seminarios,
reuniones en plazas, manifestaciones, etc. es mucho más elevado que
antes de la crisis. Y creo que igualmente es cierto (o al menos yo lo
percibo) que hay un “deseo” de que la respuesta social vaya a más, de
involucrarse y de ayudar a que cuajen alternativas que pongan fin a lo
que está pasando.
Hemos avanzado, es verdad pero no lo suficiente. No podemos olvidar
que vivimos en situación de emergencia, que muchos de los cambios que
está llevando a cabo el Partido Popular (y que empezó a aplicar antes el
Partido Socialista) pueden ser irreversibles durante muchos años, y que
no hemos sido capaces de evitar casi ni una sola de las grandes
agresiones a los trabajadores, a los sectores sociales más débiles o a
la ya de por sí débil democracia que tenemos. Que ni siquiera han cesado
los desahucios, que la pobreza sigue aumentando, que cierran miles de
pequeñas y medianas empresas perdiéndose con ellas miles de puestos de
trabajo,… y que, muy posiblemente, todo eso no ha terminado, ni
muchísimo menos.
¿Por qué no avanzamos?
Por eso que creo que es fundamental preguntarse por la razón de la
impotencia, de la incapacidad para movilizar a toda la gente necesaria y
sobre lo que se debería hacer para ser más efectivos frente a la
agresión que tanta gente sufre y rechaza.
A mi juicio, la primera razón es que el neoliberalismo ha creado
condiciones muy idóneas para multiplicar el número de personas que no se
defienden a sí mismas porque el paro, la deuda, el trabajo precario, la
pobreza, la doble jornada de las mujeres o la exclusión amedrentan a
quienes los sufren. Ha creado seres humanos individualistas, que se
aíslan, que actúan ensimismados, sin apenas capacidad para mirarse en
los demás para descubrir que cada uno de nosotros es también el otro o
la otra de alguien. Han destruido los lazos solidarios y, por tanto, se
hace muy difícil que se den la coalición y el compañerismo
En mi opinión, las corrientes progresistas, o simplemente opuestas a
todos estos fenómenos de explotación y de deshumanización, no han sabido
hacer frente a este nuevo tipo de sociedad y de seres humanos.
Por eso creo prioritario que todos estos sectores opuestos a lo que
está pasando hablen y se dirijan de otro modo a la gente, con pedagogía y
no desde la abstracción ideológica, para que puedan entender su
discurso alternativo no solo los convencidos sino la gente humilde, la
inmensa mayoría de la sociedad, enseñándole cómo le roban los bancos,
las eléctricas, los políticos corruptos, cómo le mienten los grandes
medios de comunicación, por qué le quieren quitar el médico del seguro
para ponerle otro de pago o por qué dicen que hay que hacer recortes en
aras de una falsa austeridad. Y llevando eso a un programa de acción
política alternativa muy elemental, de justicia económica, de auténtica
democracia, de independencia frente a potencias extranjeras y de castigo
de los culpables.
La segunda causa de nuestra impotencia es la desunión. Es
inconcebible que los sectores que están enfrentándose a la agresión
neoliberal no logran ponerse acuerdo. ¿Como es posible que ahora mismo
estén funcionando en España, cada uno por un lado, los sindicatos, las
mesas de convergencia, las asambleas constituyentes, el Foro Cívico de
Anguita, la cumbre social, los socialistas de izquierda, la convocatoria
social de Izquierda Unida y otros partidos progresistas, el 15-M, las
Mareas, el Partido X, más alguna otra plataforma que quizá no conozca,
cuando en realidad todas proponen prácticamente lo mismo, es decir,
frenar las agresiones que se están produciendo, evitar los recortes de
derechos sociales y hacer que la crisis la paguen quienes la han
provocado?
Es imprescindible que dejemos de lado lo que nos diferencia para
hacer frente a un enemigo común, sobre todo, cuando también es un hecho
que todos contemplamos al mismo enemigo: el capital financiero, los
bancos, las grandes corporaciones empresariales, los grupos políticos,
mediáticos, judiciales, etc. que los apoyan, y algo a lo que llaman
democracia pero que no lo es.
Es impostergable promover ya la más amplia unidad ciudadana, de las
plataformas, sindicatos, partidos, movimientos, organizaciones y
personas que están en contra de la agresión que se viene realizando
contra “los de abajo” para apoyar un acción unitaria de respuesta y de
cambio.
Finalmente, no avanzamos porque quienes se enfrentan a las agresiones
y recortes de derechos no terminan de articular una respuesta política
efectiva capaz de frenarlas. Para conseguirlo no basta con organizar
respuestas fuera de las instituciones. El poder “de la calle” es
insustituible pero también insuficiente. Los poderes que hoy día nos
oprimen se quedan tan anchos si salen millones de personas a la calle un
domingo y el lunes pueden seguir en el parlamento y el gobierno
elaborando y aplicando sus leyes.
Tenemos que salir a la calle pero también tenemos que llevar la
voluntad de la gente a los parlamentos y llegar al gobierno. Tenemos que
ocupar el Congreso pero de verdad, haciendo que entren en él docenas de
parlamentarias y parlamentarios de nuevo tipo para denunciar el poder
oculto de banqueros y patronales que no se presentan nunca a las
elecciones, para bloquear las agresiones legales que hacen desde allí y
para promover y asegurar que se hagan otras más favorables para los
trabajadores, para las gentes humildes, para la naturaleza, y para los
pueblos más pobres del planeta.
Hay que meter al menos a 150 o 200 diputados y diputadas en el
Congreso como auténticos representantes de la calle y de una nueva
mayoría ciudadana. La inmensa mayoría de los que están allí no nos
representan y se pueden echar fuera si nace un sujeto político que sea
“otra cosa”, de nuevo tipo, participativo, sometido a la voluntad
colectiva y ajeno a los vicios de las viejas burocracias partidistas, si
se organizan candidaturas ciudadanas con elecciones primarias de
candidatos, con estatuto del diputado o diputada que contenga sus
derechos económicos, políticos, los periodos de mandatos, el
procedimiento de revocación, etc. y si no se forman como una simple
sopas de letras sino como expresión de la movilización y del
empoderamiento de la gente en la calle.
Propuestas
Los promotores de todas las plataformas que se han ido creado en
estos últimos tiempos para hacer frente (estoy seguro de que con la
mejor voluntad) a esta agresión deben acordar su disolución para
promover la creación desde las bases de un nuevo espacio unitario de
encuentro y movilización que recoja las actividades de todas las
anteriores, que se abra en la mayor medida de lo posible a toda las
sociedad y que obligue a que dimita un gobierno que incumple su programa
y que es incapaz de solucionar los problemas de España.
Se debe elaborar y proponer un programa de mínimos que plantee la
desobediencia civil ante tanta injusticia, que señale todo aquello por
donde no estamos dispuestos a pasar y ofrezca alternativas.
Y hay que llamar y al mismo tiempo auto convocarse para que la gente
se organice desde la base para generar una auténtica red de ciudadanía
comprometida y activa, protagonista de la vida política, que culmine en
la preparación de nuevos modelos de candidaturas en todas las provincias
con el objetivo de estar preparados para participar en las próximas
elecciones con protocolos de actuación que salvaguarden la democracia
deliberativa (que no tiene por qué entenderse como galimatías
asambleario), la participación efectiva, elecciones primarias y que
garanticen un nuevo modo de ejercer la representación ciudadana.
Finalmente, es muy importante que quienes promuevan estas acciones
sean conscientes de que sus propuestas no deben hacerse pensando solo en
las mujeres y hombres de izquierdas o de sus misma sensibilidad
ideológica o política sino para toda la sociedad.
De hecho, es materialmente imposible que las reformas urgentes que
hoy día necesita España se puedan llevar a cabo solo por lo que
tradicionalmente se sitúa en el campo de la izquierda. Hay sectores
sociales y miles de personas que no tienen por qué sentirse
ideológicamente identificados con los planteamientos filosóficos o
políticos de quienes somos de izquierdas, pero que coinciden totalmente
con las propuestas de regeneración y reconquista de los derechos que
planteamos: que quieren que se pidan responsabilidades, que no se
permita robar, que se combata la corrupción, que se garantice la
financiación a la economía antes que los privilegios de la banca
privada, que se facilite la creación de empresas y de empleo eliminando
nuestra dependencia de las grandes multinacionales y grupos bancarios,
que las instituciones se corresponsabilicen con el cuidado de los
dependientes a través del gasto social o que se respete el medio natural
por encima de todo.
Por eso es igualmente fundamental que ese nuevo sujeto político se
abra a otras opciones que desean salir del régimen caduco de una
transición que mantuvo prácticamente intacto el poder de los grupos
oligárquicos y que ha ido degenerando la vida política y la democracia
poco a poco. Hay que buscar y conformar alianzas amplias para regenerar
nuestra sociedad y para avanzar hacia una institucionalidad diferente y
plena y realmente democrática.
Me parece que todo esto es urgente y que para ponerlo en marcha solo
hace falta que las personas normales y corrientes quieran comprometerse y
actuar como lo que son, dueñas de sus destinos. En Sevilla y en otros
puntos de España nos hemos empezado a auto convocar personas de diversas
procedencia y sensibilidades que queremos cambiar y fomentar la unidad
ciudadana. ¿Por qué no intentarlo cada vez con más gente y en más
lugares?