miércoles, 17 de abril de 2013

El mundo sindical ante el pueblo

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 PUBLICADO HOY EN EL PERIÓDICO DE ARAGÓN

Me he sentido honrado y enriquecido de poder sumarme a algunas de las actividades de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) tanto a pie de entidad bancaria, mientras algunos intentan negociar con los directivos del banco o de la Caja los términos de un determinado desahucio, como a pie de Juzgados, a raíz de la subasta de una vivienda o un local previamente objetos de desahucio. He visto allí enormes dramas personales y familiares y algunos de los afectados y las afectadas me han contado casos inhumanos y sobrecogedores.
En la PAH hay personas de distintas edades y culturas, pero tienen como denominador común que se sienten fuertemente concernidas por todos y cada uno de los casos de desahucio que van surgiendo, y no solo buscan resolver su propio caso particular, sino que también apoyan los casos de los demás compañeros. La solidaridad existe nítidamente entre ellos, al igual que la voluntad de resistir juntos las arremetidas de las entidades financieras que les van dejando en la calle.
Cada vez que estoy con esa gente (los problemas de los demás donde quedan lesionados derechos humanaos fundamentales son también mis problemas), me acuerdo de otra gente y otras organizaciones, tan necesarias hoy para la ciudadanía, tan ausentes de la intrincada vida real de la ciudadanía: los sindicatos. Recuerdo las luchas sindicales de los trabajadores, por ejemplo, en Laciana o en la mina de La Camocha durante los primeros tiempos de las Comisiones Obreras, recuerdo nuestro “entrismo” en los sindicatos verticales franquistas, recuerdo el asesinato de los abogados laboralistas de Atocha en 1977 a manos de unos pistoleros de la extrema derecha, recuerdo, en fin, el proceso 1.001 del Tribunal franquista de Orden Público en 1972 donde fueron condenados a cárcel todos los directivos de CCOO. Recuerdo asimismo el apoyo activo de UGT en la revolución de 1934 o su reivindicación militante de pan, tierra y trabajo en la II República, con un alto coste en vidas y sufrimientos de sus militantes.
Durante muchos años, esos sindicatos, aún autodenominados hoy “de clase” y “mayoritarios”, se sintieron y estuvieron concernidos por los problemas del pueblo a pie de mina, fábrica, calle, cortijo o trinchera. Sin embargo, hoy el pueblo los ve distantes y alejados de sus problemas. No se trata de descalificar masivamente la razón de ser y el funcionamiento de las organizaciones sindicales españolas (de eso ya se encarga la acorazada mediática de la derechona hispana), pero sí de señalar el hecho de que no ha sido gratuito o casual que las organizaciones sindicales hayan sido, de hecho, sustituidas ante los ojos de la ciudadanía por otras organizaciones cívicas y sociales, que recogen verazmente las reivindicaciones y las denuncias del pueblo. Y no solo es cuestión de señalar hechos, sino también de preguntarse por sus causas.
Los sindicatos deberían estar, codo con codo, combativamente en cada protesta obrera, con las organizaciones cívicas y sociales alternativas, los movimientos defensores de los derechos humanos fundamentales, incluidos los laborales. Ya no basta sumarse o convocar a una manifestación, organizar una concentración o pertenecer críticamente a órganos oficiales o institucionales. Ya no basta ofrecer a los socios servicios jurídicos, facilidades en determinados comercios y servicios o chapas y banderas identificativas en las convocatorias. Si se me apura, ya no basta con la convocatoria de una huelga general, a no ser que la misma tuviere carácter indefinido. Corren tiempos de urgencia, donde la clase capitalista adormece a la ciudadanía, convertida por decreto en meros peones consumidores, y machaca al pueblo mediante recortes, desempleo y bombardeo mediático alienante.
El mundo sindical parece compartir ese adormecimiento, estar sumido en la anestesia de su adscripción institucional a los engranajes del sistema, emplear mucho más las palabras que las acciones directas y reales para denunciar y combatir el golpe de Estado capitalista que van perpetrando diariamente desde la ideología ultraneoliberal. El pueblo desearía ver alguna vez a sus sindicalistas, especialmente a los profesionales, dirigentes y liberados del sindicalismo, detenidos, multados, lesionados o sancionados por defender los derechos del pueblo en la calle, al lado del pueblo. El pueblo desearía verlos menos veces sentados con los patronos y los gobernantes, tras romper la baraja con esa parte del empresariado tramposo y fulero que echa a la calle a sus trabajadores amparándose en leyes y reformas laborales que los sindicatos no solo deberían rechazar, sino sobre todo combatir por todos los medios noviolentos. De verlo diariamente, el pueblo volverá a confiar en ellos.
El pueblo necesita dirigentes concernidos en cuerpo y alma por los problemas de quienes más padecen esta estafa planetaria, llamada eufemísticamente “crisis”. Y solo comprobará ese compromiso si los ve resistiendo y combatiendo, más allá de los documentos y las declaraciones, con el pueblo, dentro del que los sindicatos deberán volver a ser reconocidos.






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