lunes, 8 de abril de 2013

Escrachado estoy: escrachemos, entonces.



Me están haciendo escrache a todas horas, desde que me levanto hasta que me acuesto. En casa, en la calle y hasta en el último pliegue de mi cerebro padezco sin tregua ese escrache. Por ejemplo, no para de bullir mi cabeza desde que la lista de Hervé Falciani sacaba a la luz 130.000 cuentas bancarias en Suiza de defraudadores y blanqueadores de dinero europeos, entre ellos, españoles de pro y patriotas confesos. Pero el escrache proviene sobre todo de que la cosa ha ido quedando en el limbo de los ceros a la izquierda, sin que ninguna autoridad competente hiciera algo al respecto, salvo reducir en solo tres años 263 personas el numero de inspectores de la Agencia Tributaria y no convocar nuevas plazas de Inspectores de Hacienda desde hace tres años. Eso sí que es escrache, eso sí que atenta contra la esencia de la democracia (utilizo una expresión de Alfonso Alonso, portavoz del PP en el Congreso) y eso sí que es una auténtica tomadura de pelo.
Y el escrache viene de lejos: ya a finales de 2006 sólo una veintena de grandes familias eran propietarias del 20,14 por ciento del capital de las empresas del Ibex-35 y una pequeña élite de 1.400 personas, que representan el 0,0035 por ciento de la población española, controlaba recursos que equivalen al 80,5 por ciento del PIB. Y a renglón seguido, me voy a donde se concentran los miembros de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y compruebo cada vez los dramas enormes y los callejones sin salida en que se hallan muchos de ellos. ¿Cómo va a parar así el escrache que a la vez a duras penas aguanto y que mantiene viva mi esperanza?
Por si fuera poco, una red periodística acaba de filtrar una lista de 134.000  evasores fiscales a nivel planetario, también españoles, que guardan en paraísos fiscales billones de dólares sustraídos al fisco nacional y a los servicios e infraestructuras necesarios de sus países respectivos.Primeros ministros, baronesas, empresarios, familiares de dictadores, artistas, políticos, militares, mafiosos, mercenarios, abogados, dentistas... Unidos por el dinero, y por el deseo de esconderlo bajo el velo de secretismo que alimentan legalmente los paraísos fiscales, miles de individuos que entran en estas y otras muchas categorías han empezado a ver expuestos sus nombres y sus movimientos bancarios en lugares como las Islas Vírgenes británicas, las Caimán o Singapur” (Periódico de Catalunya). ¿Es eso escrache? ¿Es escrache por antonomasia? ¿Cuándo irá la policía a detener y enchironar a todos esos delincuentes, envueltos casi todos en la bandera rojigualda de los patriotas de pro?
Los financieros que provocan la crisis y arrojan de sus casas a los que previamente han echado de sus puestos de trabajo controlan los mercados de derivados (que supone unos 700 billones de dólares) y los fondos de inversión. Algo que no es difícil si se tiene en cuenta que el 80 por ciento de estos últimos está radicado en Londres y que el mercado de los primeros está controlado, según The New York Times, por una élite que se reúne el tercer miércoles de cada mes en algún lugar del Midtown de Manhattan que, aunque sea secreto, no debe resultar muy difícil para las autoridades dar con él (información sacada del libro Hay Alternativas, de ATTAC España). Esa élite hace las leyes, dicta las leyes, impone las leyes que luego debemos cumplir para –dicen- ser buenos ciudadanos. ¿Para cuándo un político que se rebele real y radicalmente contra este estado de cosas, que reúna al pueblo para derrocar al poder financiero y llevarlo ante la justicia, ante una justicia no controlada por esa élite? ¿Para cuándo un político que me libre de este continuo escrache que me toca padecer diariamente en mi ánimo?
 Y sigue el escrache: la Unión Europea exige que en España se produzca el despido masivo de diez mil trabajadores bancarios y a la vez alienta el rescate de 40.000 millones de euros a la banca que despide. Esa misma banca ha provocado 400.000 desahucios en los últimos años en España. ¿Acaso no atenta básicamente eso contra los derechos humanos fundamentales? ¿Sigue señalando como único escrache el realizado por Stop Desahucios Jesús Posada, presidente del Congreso de los Diputados, cuya esposa, Blanca de la Mata, manejó 180 millones de pesetas (al cambio actual, 2,5 millones de euros) en dinero negro en 1988 a través de unos pagarés diseñados para esquivar a Hacienda? La mujer del presidente del Congreso me está haciendo escrache insufrible, señor Posada.
España está muy por debajo del promedio de la UE-15 en pensiones, sanidad, educación, servicios de ayuda a las personas con dependencia, escuelas de infancia, servicios sociales, etcétera. En España sólo un 9 por ciento trabaja en los servicios del Estado del bienestar,  mucho más bajo que en Suecia (25 por ciento). Un español de cada diez trabaja en su Estado del Bienestar comparado con un sueco de cada cuatro (información. Hay Alternativas) . En  otras palabras, la ciudadanía entera está totalmente escrachada.
Los profesores de religión designados por los obispos hispanovisigóticos nos cuestan 500 millones de euros. Según Europa laica, el costo en capellanes de hospitales, cuarteles y cementerios para el Estado ronda los 50 millones de euros anuales. Cruje mi alma entera bajo el peso abrumador de este escrache.
Desde hace años mueren de hambre entre 30.000 y 35.000 personas todos los días en el mundo y unos 2.700 millones de personas carecen de acceso. La carencia de agua potable causa la muerte de unas 5.500 personas también todos los días del año.
Volvamos, pues, a la fuente misma del escrache como único método para eliminar este escrache institucional que asola nuestras vidas: Manifestación pacífica en la que un grupo de activistas de Derechos Humanos se dirige al domicilio o lugar de trabajo de alguien a quien se quiere denunciar. Acción directa que tiene como fin que las denuncias y reivindicaciones se hagan conocidas a la opinión pública. Hagamos, pues, del mundo y de la vida un inmenso escrache.



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