martes, 21 de mayo de 2013

José María Aznar, de ganga en ganga





Corría septiembre del año 2002 cuando el presidente del Reino de España casó a su hija Ana con el ex eurodiputado popular (Alejandro Agag, compendio sin igual del Principio de Peter incluido entre las Leyes de Murphy y la secular tradición hispana de la vida picaresca del buscavidas). Asistieron a la boda, entre otros, los Reyes de España, los jefes de Gobierno de Italia, Reino Unido y Portugal, el Jefe del Estado de El Salvador, banqueros, cantantes y artistas, todos los ministros y ex ministros del PP (como botones dorados de muestra, Manuel Fraga, Javier Arenas, Rodrigo Rato, Mariano Rajoy y Jaime Mayor Oreja), el cardenal arzobispo de Madrid, 400 periodistas nacionales y extranjeros, varios miles de vitoreantes curiosos y muchos policías. A la ceremonia (católica, apostólica y romana, of course), le sucedió una buena fiesta en la finca de un amigo del Presidente con cena ofrecida por la empresa del restaurador José Luis y multitud de rumbas que dieron un color inequívocamente español a todo aquello.
José María Aznar, glorioso presidente del Partido Popular desde 1990 y triunfal presidente del Gobierno de España desde 1996 se sentía feliz, pues jamás podría haber soñado tan rendido homenaje a su particular resolución del complejo de Edipo y Electra entre padre e hija. Ni siquiera hoy, presidente mantenedor de las esencias hispanas desde el preclaro think tank  de FAES y asesor externo de un bien tan preciado para la humanidad como es la energía en Endesa para Latinoamérica, se siente tan feliz.  El clero, a veces tan iluminado directamente por el mismísimo Altísimo, habló por boca del prior del monasterio de El Escorial al declarar que aquella boda era "casi una cuestión de Estado". Seguramente, el ex seleccionador nacional de fútbol José Antonio Camacho y el cantante Julio Iglesias con Isabel Preysler, invitados a la ceremonia, habrían asentido con fervor y devoción a aquellas inspiradas palabras.
 A su vez, rivalizaban en su gozoso esplendor madre e hija: Ana con su vestido de novia confeccionado en "gazar natural color blanco roto", y la actual alcaldesa de Madrid con otro vestido "de gasa, en color ciclamen". La iluminación aún realzaba más su belleza, y  no era para menos, pues con fecha 21 de mayo de 2013 el diario El País publica que la trama Gürtel pagó 32.452 euros por la iluminación (buena, sin lugar a dudas) de la boda, según recoge la documentación incorporada al sumario del caso que se instruye en la Audiencia nacional.  Probablemente, Aznar no se gastó un duro en aquella boda, porque él es un avezado pescador y el país que gobernaba nunca deja de ser para desgracia de su ciudadanía un caudaloso y sucio río revuelto.
A José María Aznar se le debió de subir la gloria a la cabeza y quiso llevar a España a los espesos nimbos donde él mismo creía yacer. La cosa culminó el 15 de marzo de 2003 en la isla de las Azores, donde alcanzó un vibrante clímax que le duró horas y días enteros en compañía de gente tan preclara como George W. Bush, Tony Blair y el anfitrión Durao Barroso. Maceraron mentiras sin fin mientras alardeaban de récords atléticos, mintieron a la humanidad y nos metieron en la guerra de Irak y su petróleo.  El precio tampoco lo pagaron Aznar y los otros tres, sino decenas de miles de muertos y un país irremediablemente en ruinas por muchos años.
Por aquella fechas, como informaron BBC Mundo, La Ser y El País, la firma de abogados Piper Rudnick recibía del Gobierno de José María Aznar, vía Ministerio de Asuntos Exteriores (=dinero público), dos millones de dólares para lograr que condecoraran a Aznar con la Medalla de Oro del Congreso de Estados Unidos. El PP justificó aquel dispendio del dinero de todos como un homenaje a la imagen no solo de Aznar, sino de la mismísima  España.  
Aznar, una vez más, no puso un solo céntimo de su bolsillo en aquella tamaña erección (…) de semejante monumento a la fofa vanidad y a sus perfectos pectorales de tableta de chocolate.


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