martes, 20 de agosto de 2013

Diario de un perroflauta motorizado, 57


Hoy se ha batido el récord de nada: salvo Enrique y su mujer, unas pocas risitas cómplices de algunas personas –seguramente profes- y el saludo diario de Venancio, la pareja del camión municipal de limpieza, el limpiador municipal a pie de limpieza y un perroflauta más vestido de payaso que hace payasadas un poco más arriba, nada. Cada vez más gente que va y viene más deprisa, y nada más. Nada de nada.
Juan de Mairena me estaba esperando. “¿Qué, cómo va la cosa?”, me ha preguntado nada más llegar. “Bien, bien”, le he mentido. “Ponme al corriente, Antonio, llevo mucho tiempo sepultado dentro de mi libro. ¿Cómo va la cosa por España?”, y entonces el perroflauta ha intentado resumir muy por encima la situación.
El perroflauta se cabrea cada vez que piensa que el Estado español no pidió prestado para mejorar la educación, la sanidad, las pensiones, la ley de dependencia, la cultura o la ciencia, pero sí lo ha hecho para “rescatar” el sistema bancario de las trampas, los agujeros negros y el detrito que habían ido acumulando a raíz del estallido de la burbuja inmobiliaria.  El perroflauta se cabrea cada vez que se pregunta por qué los trileros políticos del Gobierno y de la Oposición cambiaron en unas horas un artículo de una presuntamente inmutable Constitución e introdujeron un 3% de déficit máximo. Nadie le explica al perroflauta de dónde ha salido ese 3% en lugar del 1,5% o del 6,25%.  Solo oye a lo lejos una machacona voz, quizá femenina, que le dice: “Drei prozent, Ja, und schweigen Sie still”, que viene a decir “tres por ciento, sí, y calle usted la boca de una puta vez”. La base de ese 3% es los intereses espurios de los ricos, la presión de los acreedores germanos sobre un Gobierno memo que asumió como deuda pública la deuda de los bancos y las grandes empresas. Todo eso está basado en ideología, una puta ideología de explotación  y estafa, revestida de una “austeridad” que es una patraña, una palmaria falsedad, producto del manejo de unos trileros, disfrazados de economistas.
“Cálmate”, me dice Juan de Mairena. “¿Sirve de algo estar aquí?”, le pregunto. “Te sirve a ti, que no es poco”, responde. “Además”, prosigue, “las cosas más valiosas no sirven para nada; sirven, son útiles, por ejemplo, el frigorífico, el tenedor, el móvil o el reloj, pero un Concierto de Brandemburgo o Las Meninas de Velázquez no tienen sentido en términos de utilidad. Tú tampoco, Antonio. Tú no sirves para nada, pero vales mucho. Acostúmbrate a mirar siempre también a los demás de este modo. Un perroflauta –Venancio mismo- es un maravilloso tesoro que te ha regalado la vida, aunque a ojos de muchos parezca un ser inservible”.
“¿Ves qué poca gente mira el cartel o nos mira?”, vuelvo a preguntarle. “Vuelves a confundirte” –replica. Y con la mirada clavada en la mía (casi duele su mirada) me dice: “Una cosa son las personas y otra cosa la máscara con que salen a la calle”.
Y continuó hablando: “Al hombre público, muy especialmente al político, hay que exigirle que posea las virtudes públicas, todas las cuales se resumen en una: fidelidad a la propia máscara. Decía mi maestro Abel Martín -habla Mairena a sus discípulos de Sofística- que un hombre público que queda mal en público es mucho peor que una mujer pública que no queda bien en privado. Bromas aparte, repara en que no hay lío político que no sea un trueque, una confusión de máscaras, un mal ensayo de comedia, en que nadie sabe su papel. Sería muy deseable, incluso exigible, que la máscara de cada persona fuese, en lo posible, obra suya, que se la hiciese ella misma, para evitar que otros, amigos o adversarios, se la pongan.  Antonio, casi nadie mira este cartel o nos mira porque así se lo impone su máscara. Todos llevamos una, pero al menos que no sea tan rígida, tan imporosa e impermeable que nos sofoque el rostro, porque, más tarde o más temprano, hay que dar la cara”.
Las 12,30 de la mañana. Detuve la música que estaba sonando (Blues After Hours, de Pee Wee Crayton), y mientras recogía el cartel en la mochila de mi silla motorizada, le dije “Ah, por cierto, un fuerte abrazo de parte de Toni”. Juan de Mairena sonrió ampliamente y me fue diciendo mientras se alejaba: “Un buen amigo Toni. Vivo muy a gusto en el libro que él mismo encuadernó. Cuando lo abre –lo hace a menudo- y repasamos juntos algunos fragmentos, es como si abriera una ventana muy amplia y luminosa y por ella yo pudiese respirar un aire muy limpio y muy fresco. Dale otro fuerte abrazo de mi parte, Antonio”.
-Hasta mañana, Juan de Mairena. Gracias por todo.
-A ti, Antonio. Hasta mañana.

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