jueves, 12 de septiembre de 2013

Diario de un perroflauta motorizado, 75

Hace 35 años nació Javier en la Clínica San Francisco de Asís, de Madrid. El perroflauta motorizado ha escuchado en el portal de la Consejera las Variaciones Goldberg completas de J.S. Bach, recordando ese momento y los sucesivos episodios de la vida de su hijo hasta hoy, que espera con Pilar ser padre dentro de unos días. Solo interrumpían de vez en cuando los inquilinos, cada vez más amables, del portal de la Consejera, y algunos viandantes curiosos (alguno diciendo desde cierta distancia que no estaba de acuerdo con los carteles que el perroflauta y Marga mostraban en esos momentos).
Juan de Mairena está de viaje, Se ha ido con Begoña a Valencia todo el fin de semana. Ambos me han llamado y me han dicho que felicitara a Javier. “Anda, dile que lo queremos y que lea esto:
“Porque, ¿cantaría el poeta sin la angustia del tiempo, sin esa fatalidad de que las cosas no sean para nosotros, como para Dios, todas a la par, sino dispuestas en serie y encartuchadas como balas de rifle, para dispararlas una tras otra? Que hayamos de esperar a que se fría un huevo, a que se abra una puerta o a que madure un pepino, es algo, señores, que merece nuestra reflexión. En cuanto nuestra vida coincide con nuestra conciencia, es el tiempo la realidad última, rebelde al conjuro de la lógica, irreductible, inevitable, fatal. Vivir es devorar tiempo: esperar; y por muy trascendente que quiera ser nuestra espera, siempre será espera de seguir esperando. Porque aun la vida beata, en la gloria de los justos, ¿estará, si es vida, fuera del tiempo y más allá de la espera? Adrede evito la palabra “esperanza”, que es uno de esos grandes superlativos con que aludimos a un esperar los bienes supremos, tras de los cuales ya no habría nada que esperar. Es palabra que encierra un concepto teológico, impropio de una clase de Retórica y Poética. Tampoco quiero hablaros del Infierno, por no impresionar desagradablemente vuestra fantasía. Sólo he de advertiros que allí se renuncia a la esperanza, en el sentido teológico, pero no al tiempo y a la espera de una infinita serie de desdichas. Es el Infierno la espeluznante mansión del tiempo, en cuyo círculo más hondo está Satanás dando cuerda a un reloj gigantesco por su propia mano”.
Al ir leyendo las palabras de Mairena, el corazón del perroflauta motorizado se llenó de recuerdos y de gratitud. De inmediato le sobrevino una gran sorpresa, al ver  tumbados en plena calle nada más ni nada menos que a Thomas Mann y Albert Einstein.
Einstein, con su pelo alborotado dice al perroflauta motorizado, haciéndole un guiño: “Felicita de mi parte a Javier. Y dile esto, que él lo entenderá, que para eso es matemático”: 

Mann, a su vez, conservando siempre su porte distinguido, añade: “Yo no llego a tanto. Solo soy un escritor. Recuérdale algo que ya sabe, que ya ha leído”. Y me entrega esta nota, pulcramente escrita:
«¿Puede narrarse el tiempo, el tiempo en sí mismo, por sí mismo y como tal? No, eso sería en verdad una empresa absurda. Una narración en la que se dijera: “El tiempo transcurría, se esfumaba, el tiempo fluía” y así sucesivamente… Ningún hombre en su sano juicio consideraría algo así como un relato. Sería, poco más o menos, como si se pretendiese mantener febrilmente una única nota, o un único acorde durante una hora y eso se hiciera pasar por música… El tiempo es también un elemento de la música, que como tal mide y estructura el tiempo, lo convierte en algo precioso que se nos hace muy breve, en lo que, como ya se ha dicho, se asemeja a la narración, que igualmente (y a diferencia de la obra plástica, que se hace patente de una manera inmediata y sólo está unida al tiempo en tanto que es un cuerpo) no es más que una sucesión de elementos en el tiempo. El elemento temporal de la música no es más que un fragmento del tiempo humano y terrenal en el que ésta se vierte para exaltar y ennoblecer al hombre hasta un punto indescriptible. Esperamos que la experiencia y los recuerdos del lector nos sirvan de base para evocar ahora esa maravillosa sensación de estar perdido del mundo. Caminas y caminas… y por ese camino nunca llegarás a casa a tiempo, porque habrás perdido el tiempo, como te habrás perdido en el tiempo».
A lo lejos, la violinista rusa que toca al inicio de la calle Alfonso interpretaba una vieja y tradicional melodía. El perroflauta motorizado soñó en aquel momento que aquella melodía volaba veloz, por encima del Pirineo, y llegaba, limpia, hasta Javier, que justo 35 años antes estaba naciendo aquella misma hora en una Clínica del norte de Madrid.
Hasta mañana.

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