viernes, 11 de octubre de 2013

Diario de un perroflauta motorizado, 97

Hoy, 11 de octubre, víspera del día grande de las Fiestas del Pilar en la ciudad de Zaragoza. Todo el mundo mira, van mirándose los unos a los otros. El espectáculo no es solo los oficiantes de la feria, sino los espectadores mismos. Impera la diversión. Quien no se divierte es un aguafiestas, un soso, un marginal. ¿Cómo el perroflauta y quienes están hoy en el portal de la Consejera?

“En el cole la cosa es distinta”, dice un muchacho de unos catorce años, “allí me aburro como un muerto” (sic, como si los muertos tuviesen la capacidad de aburrirse o divertirse. Mairena aprovecha el comentario de ese chico para hablar del asunto:
Las clases suelen ser bastante aburridas, sí”, dice Juan de Mairena. “Por una hora de clase que llame la atención y suscite el interés del alumno, aguanta horas y horas de mortal aburrimiento. E incluyo las clases de mi buen maestro Abel Martín. O quizá fuera yo el aburrido en las clases de mi maestro, vete a saber…”.

“A propósito, escuchad lo que acabo de leer esta mañana”, interrumpió el perroflauta motorizado: ‘Cuando yo estudiaba ‘en la universidad, ningún profesor tenía esa preocupación pagana por la construcción de uno mismo: se trataba de analizar la evolución de una noción entre dos fechas, de hacer trabajar la memoria, pero sobre todo de no apelar a la inteligencia. A veces eran ejercicios de iniciación: había que relacionar una idea con el pasado para determinar fuentes y encontrar raíces, o con el futuro, para extrapolar influencias o hacer pronósticos’. Es de Onfray, hablando de los cínicos.
Hemos de tener presente, si no”, corroboró Lev Vygotsky, que se ha acercado a las fiestas del Pilar esta semana y acababa de comprar una cestita de frutas de Aragón, “todo lo que hemos olvidado casi en cuanto nos hemos examinado de ello. Los contenidos han ido resbalando por nuestra piel, sin penetrar un solo centímetro en nuestra mente, solo retenidos por una memoria mecánica que reproducía en el examen lo que se le preguntaba, aunque no hubiéramos entendido o no nos hubiese interesado nada”.

  “Volviendo a la presunta falta de atención por parte de algunos alumnos”, señaló Noemí, siempre con su franca sonrisa y sin soltar el cartel que portaba junto al portal de la Consejera, “es evidente que
a) para prestar atención a alguien hay que tener como mínimo la esperanza de poder entender lo que está diciendo.
b) Y para entenderlo, hay que estar interesado en su mensaje”.

Sin embargo”, intervino un vendedor de globos grandes y de todos los colores (parecía el Abuelo de Up), “no todos parecen estar dispuestos a entender y asumir que para ello no basta con dominar la materia a enseñar o cumplir con pulcritud las obligaciones docentes, sino que también es preciso contar con el interés de los alumnos por lo que han de aprender, sembrar en nuestros hijos la inquietud que les mueva precisamente a prestar atención, a esforzarse por aprender. En cualquier caso, sería un error creer que el interés por aprender es un simple requisito que corresponde adquirir e inculcar casi exclusivamente a los chicos y las chicas y sus familias,  y que en todo caso no forma parte de la entraña misma del trabajo educativo”.

 Gabriel acabó en aquellos precisos momentos la limpieza de los zapatos de un señor entrado en años y tras hacer un agujero más en el cinturón de una mujer, dejó también su opinión: “Sí, tenéis mucha razón, antes de exigir atención, sería conveniente dedicar un cierto tiempo a escucharse mutuamente. Lejos de ser una pérdida de tiempo, serán los minutos más fecundos del curso, pues posibilitarán muchos otros momentos de verdadera escucha mutua. Ahora bien, para que el alumnado escuche, hay que conocer antes si quieren escuchar o por qué a veces no quieren escuchar. Y para ello es preciso antes preguntarles. Más aún, cada profesor habría de preguntarse a sí mismo si está interesado en escuchar lo que puedan decirle sus alumnos y alumnas. ¿Dónde puede quedar entonces la alegría de vivir, de aprender, de saber? Aprender viene siempre asociado a esfuerzo, trabajo, sacrificio, seriedad y disciplina, pero raramente se habla de alegría y de placer. Incluso algunos adultos llegan a reprochar la alegría en la escuela (la dejan para la calle y para el recreo). Sin embargo, nadie aprende lo que no comprende, al igual que nadie atiende a lo no suscita ningún interés”.

Noemí quiso acabar el razonamiento que poco antes había iniciado:
d) ¿Y cómo puede interesar algo si no se percibe y asume con placer, con gusto, con alegría?
e) ¿Suena todo esto a música celestial o a majadería en los Ministerios y Consejerías de Educación, en algunas salas de profesores y despachos de la Inspección educativa? Así va la educación…”

Terminó de hablar Noemí, y todos guardaron silencio.
Sólo Pitágoras, que acababa de tomarse un café en el Café Zaragozano rompió el silencio, diciendo: “No hables hasta que lo que tengas que decir valga más que el silencio”.
Y todos entonces siguieron callados. Salvo el perroflauta motorizado, que, mirando hacia el balcón de la Consejera, cantó una jota tan mal cantada que muchos interpretaron como una blasfemia cultural. Marisol y él se concedieron diez minutos para irse antes del portal y hacer algunas cosillas pendientes.

Termina hoy la 19ª semana en el portal de la Consejera aragonesa de Educación. 95 días. 190 horas. Es viernes, 11 de octubre, víspera del Gran Día previo a la Nada.
Como es fiesta en la tierra del perroflauta motorizado, dejemos que Labordeta nos cante a tod@s su Canto a la libertad.

Hasta el próximo día


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