lunes, 31 de marzo de 2014

Diario de un perroflauta motorizado, 215

 45 semanas. Inicio del 11º mes en el portal de la Consejera de Educación, Universidad, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón, Dolores Serrat Moré.
(Así habló Zaratustra, Amanecer o la salida del sol)
Ana ha aprovechado que hoy libraba de su trabajo para estar con el perroflauta motorizado en el portal.

Gabriel (el “limpia”, el “lustra” antaño del Coso zaragozano) ha pasado después por el portal. Un buen rato de conversación y cháchara con Gabriel.


Es difícil que alguien se crea que a los pocos minutos de llegar al portal de la Consejera de Educación, Universidad, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón, Dolores Serrat Moré, un rugido salido de las entrañas de la calle Alfonso llegó allí: era un león, que se acercó tanto a la silla motorizada del perroflauta  que este incluso pudo percibir la humedad de su hocico y su áspera lengua sobre la mejilla. Es tan difícil de creer que no pienso insistir más en la descarnada veracidad de los hechos.
Como entre las numerosas medicinas que ingiero cada mañana no hay ningún producto alucinógeno, supe de inmediato que aquel león tenía un importante mensaje para mí. “No es para ti ese mensaje, perroflauta motorizado”, atajó el león, “solo quiero contarte lo que no me deja descansar bien desde que nací”.
Y el león dijo a continuación: “Un león no es un león si sólo tiene la miserable libertad para comer, dormir y copular por instinto. Vosotros, los humanos, sois tan simples que pretendéis compendiar de este pobre modo mi existencia. Por el contrario, yo soy libre para cazar y escoger mi propia presa; para buscar y encontrar a mi propia compañera; para luchar por mi propio territorio y defenderlo; y para morir donde nací: en la naturaleza. Debería tener los mismos derechos que vosotros, ¿no te parece, perroflauta motorizado?”.
Sí, claro que sí”, respondió el perroflauta motorizado, algo aturdido y sin saber realmente a qué estaba asintiendo, “¿quieres decir que desconocemos lo que eres?”.  ”, confirmó el león, “creéis ser los reyes de la creación y los dueños de la naturaleza, cuando ni hay creación y ni respetáis la naturaleza donde todos existimos”.
A todo esto, una multitud de perros, gatos, hormigas, gorriones, asnos, saltamontes, cucarachas, elefantes, cocodrilos, serpientes de cascabel, marmotas y tortugas terrestres se fue arremolinando alrededor del león y del perroflauta motorizado. Entonces, el león, transformado en el anciano Zaratustra bajado de las montañas, volvió a tomar la palabra:
Desoíd al dragón que ansía dejar vuestra vida tras los límites del ‘TÚ DEBES’. Os habéis acostumbrado a escuchar que la única felicidad posible es la del dromedario que carga con todo lo que le echen hasta la extenuación. Os han cargado de obligaciones y deberes, pero yo tengo ahora algo importante que deciros. Conducid vuestra vida bajo la luz de la estrella más fulgurante del cosmos, cuyo nombre es ‘YO QUIERO’. Fagocitad todos los ‘tú debes’ de la vida y proclamad el Yo Quiero sobre todas las cosas. Cread vida cada día de vuestra vida. Cread libertad para un nuevo crear. En otro tiempo, vuestro espíritu amó el ‘TÚ DEBES’ como algo venerable e intocable: ahora tenéis  que encontrar a cada paso la voluntad inalienable del crear libertad, de la vida asentada en el ‘YO QUIERO’. Tened paciencia solo para el gran advenimiento, para la gran conversión, pues todos hemos de transformarnos en niños para osar iniciar el juego de la verdadera libertad. Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir SÍ, un SÍ QUIERO emprender el juego del crear libertad sin otro límite que la libertad que ama la libertad del otro, de jugar a crear con la única regla de la osadía y del atrevimiento”.

Hola, perroflauta motorizado”, saludaron una niña y un niño al perroflauta motorizado. Todo había desaparecido: animales, ladridos, balidos e incluso el rugido del león que hasta poco antes había resonado como un trueno entre los casas de la calle Alfonso I de Zaragoza.

En la calle no había nadie más: solo esos dos niños que miraban fijamente, sonriendo, al perroflauta motorizado.
Aquí está la última (La canción del noctámbulo) de las nueve secciones en que se divide “Así habló Zaratustra”, de Richard Strauss. Si cierras los ojos mientras la escuchas, notarás cómo se van desprendiendo de ti todos los “tú debes” y un niño o una niña susurra en tu oído: “yo quiero, yo quiero, yo quiero..”.

Hasta mañana

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