miércoles, 16 de abril de 2014

Spain is different

Fotografía de Primo Romero   http://primo.com.es
PUBLICADO HOY EN EL PERIÓDICO DE ARAGÓN
Flamenco, toros, sangría, sol y paella. Ese ha sido el reclamo turístico por antonomasia de la “marca España”. Ahora le está saliendo un fuerte competidor en algunas ciudades españolas, incluida Zaragoza: las procesiones de la “semana santa”. De hecho, la Secretaria de Estado de Turismo ha declarado recientemente la Semana Santa de Zaragoza como Fiesta de Interés Turístico Internacional. Desde 2001 tal Interés era solo Nacional, pero como el Gobierno dice que ya estamos en fase de recuperación, las mejoras de todo tipo saltan a la vista: ahora, Internacional.
Quién les iba a decir a las cofradías penitenciales de los siglos XIV y XV, ideadas y organizadas por las órdenes mendicantes, que con los años  iban a convertirse en objeto de atracción turística internacional. La devoción popular hizo que la imaginería religiosa aumentase en progresión geométrica y el pueblo saliese en procesión de las iglesias a manifestar esa devoción. Y como una imagen vale por mil palabras, el impacto visual del espectáculo se fue haciendo más y más sangriento. La sangre de las imágenes y la sangre de los flagelantes creció hasta el punto de suscitar duras críticas de una mujer tan poco sospechosa de herejía o desapego religioso como Teresa de Ávila. El pueblo, en gran parte analfabeto, no entendía el latín de las misas, se apuntó al espectáculo y de algún modo se sintió identificado con el espectáculo: una semana donde la oscuridad y las tinieblas envuelven los relatos de la muerte de su dios encarnado por sus pecados: cuanto más lúgubre, mejor.
El alma de España, dice Cioran, encadenada voluntariamente al catolicismo, huyó del sol, de su calor y su luz exuberantes. El pueblo estaba condenado a la felicidad descrita por Albert Camus, pero cerró sus ojos a la luz cegadora del sol mediterráneo y prefirió vivir de lo invisible en medio del resplandor. “Ninguna flor, sólo espinas; ninguna sonrisa, sólo contriciones. Las apariencias del mundo se transformaron en esencias de tormento y el error, aroma de la futilidad, en pecado. Los encantos se degradaron hasta revestir la forma de remordimientos. Todo se volvió moral”, sigue diciendo Cioran.
Capirotes de los antiguos condenados a subir al cadalso para escarnio y humillación públicas (“eres un tonto de capirote”), cadenas, cuerpos ensogados, azotes...  La cruz y la sangre encuentran su caldo de cultivo en la culpa, la expiación, el pecado, la penitencia, el miedo al castigo eterno. Entre las oraciones y las plegarias sinceras, el folclore y el morbo. Tambores, bombos y trompetas recuerdan la venida del Juicio Final.  
Mientras, alguien escribe desde Madrid que “llama la atención que en un contexto de laicismo, de cierta indiferencia religiosa, de un incipiente relativismo, las cofradías cuenten con un gran número de miembros, ¡especialmente jóvenes!, entre sus filas” y desde Jaca otra persona afirma que se trata de "todo un espectáculo" al que se le añade "un impulso al turismo y a la economía local". Sí, un buen cóctel que dura una semana entera, del que también millones huyen por unos días para descansar en las playas o la montaña.
Las “cofradías” de nazarenos y penitentes no dejan lugar a dudas si atendemos simplemente a los nombres que las identifican, a las palabras que les otorgan identidad: sangre, misericordia, entierro, dolor, flagelación, espinas, esclavas, siervos, crucifixión, calvario, agonía, lágrimas, sepulcro, amargura, penas, mortaja, sepultura, humillación, expiración, desconsuelo, angustias, entierro, soledad… Aristóteles explica en su Poética que el espectador experimenta la purificación del alma mediante la experiencia de la compasión y del miedo encarnados en el héroe de la tragedia. La catarsis psicoanalítica es la manifestación de un recuerdo o una vivencia reprimidos que permite su posterior inserción en la personalidad total del paciente. En la “semana santa” católica la inmersión en la culpa, las distintas modalidades de tortura, el ajusticiamiento y el dolor va indisolublemente acompañadas del folclore, el rito, la devoción de unos pocos y la inusitada ruptura de la monotonía cotidiana de otros muchos.
El interés turístico internacional está servido. ¿Qué puede ver el turista en esa fiesta además de morbo a raudales, de viscosa negrura alimentada por el miedo ancestral? ¿Verá algún turista en esas procesiones y su cofrades algo más que un baño de sadomasoquismo público? Blas de Otero lo plasma en uno de sus más conocidos poemas gracias al buen cantar de Ana y de Víctor:  “España, camisa blanca de mi esperanza, reseca historia que nos abraza por acercarse sólo a mirarla. La negra pena nos amenaza, la pena deja plomo en las alas. Quien puso el desasosiego en nuestras entrañas nos hizo libres, pero sin alas, nos dejó el hambre y se llevó el pan”.
Entretanto, las Fuerzas Armadas y la Guardia Civil, sus cadetes, la histriónica Legión y su Cristo de la Buena Muerte, toda suerte de cuerpos policiales, alcaldes, concejales y gobernantes, se unen públicamente, en razón de sus cargos, a tamaña fiesta religiosa en una España cada vez menos aconfesional. ¡Ave, Belloch

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