viernes, 27 de junio de 2014

Diario de un perroflauta motorizado, 280



Sergio e Irene (profes de Épila), Sergio (Podemos), Miguel (CGT), Maribel (IU), Luis, el perroflauta motorizado….. hemos estado hoy en el portal de la vivienda de la Consejera de Educación del Gobierno de Aragón por la escuela pública y contra los recortes. Pablo Echenique también ha pasado por allí, camino de la tele aragonesa, y se ha hecho una foto con nosotros.  Otra jornada, pues, placentera.



Hoy ha salido en diario.es el reportaje “Antonio Aramayona: Soy un perroflauta motorizado”, obra de Raúl Gay. ¡Gracias, compañero! Gracias a ese reportaje he vuelto a tener contacto con Pili, con la que colaboré hace años en un Centro de Drogodependencias en la zaragozana calle Alcalá. Ha siso una gran alegría volver a hablar con Pili, que, según me ha contado, sigue trabajando en cuestiones humanistas y altruistas y además tiene dos hijos sanos y preciosos.
Mi buen amigo y admirado Félix reflexiona sobre la importancia y el alcance de esta publicación. 
Ayer tuvieron la deferencia de dejarme hablar en primer lugar en atención a mi salud en “Reforma legislativa y represión policial” en la Sala Venecia, de Zaragoza. 


Quedan apenas unos pocos días para el juicio penal por desobediencia a la autoridad. Ahíto estoy de tanta supuesta autoridad. Autoridad que multa, autoridad que denuncia, autoridad que urde, autoridad de manda obedeciendo, autoridad que obedece mandando, autoridad que sienta en el banquillo, autoridad que dicta sentencias…
Hay personas públicas que solo saben imponer su autoridad de forma coactiva; por ejemplo, el policía hace uso del talonario de multas, de la porra y de otros medios represivos e inhibitorios, pues su función no es convencer, formar o educar al ciudadano, sino mantener el orden público en lo que respecta al comportamiento externo de la ciudadanía. Y el Delegado del Gobierno, el Comisario, la Consejera, la Presidenta….
Acudiendo al Diccionario de la RAE, “autoridad” es definida como “prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia”. Según esto, hay una autoridad moral y una autoridad legal. La autoridad moral no se impone, sino que se reconoce por sí misma, pues se percibe en y emana de la persona misma. Etimológicamente, “autoridad” viene de la palabra latina “auctoritas” (a su vez, de auctor, augere: hacer crecer o aumentar), por lo que quien tiene autoridad es fuente u origen de su propia autoridad personal y moral y tiene como función hacer que alguien o algo se desarrolle. La autoridad moral no se impone con leyes que primordialmente contemplan sanciones y castigos, sino que los demás la reconocen por la valía de la persona que manifiesta tal autoridad en su forma de vivir y de actuar.
Me cuesta pensar en algunas “autoridades” como dotadas de autoridad. Más aún, me sublevo por dentro al pensar que viven y viven bien sentadas en sus poltronas de “autoridades competentes”. Ya soy mayor, ya soy viejo, ya nada temo en la vida y en la muerte. Me niego y me negaré a reconocer la legitimidad de algunas de sus órdenes, sanciones, sentencias e intereses. Por muchas medallas, birretes, togas o uniformes que se pongan. La conciencia ética está por encima de cualquier legalidad, muy especialmente de las leyes que ellos mismos se auto-dan para su confort y seguridad. 
“Hay que respetar las leyes siempre que las leyes sean respetables”, dice J.L. Sampedro, según he visto en la imagen de inicio del Diario de hoy, que he obtenido del blog de Descosido, que recomiendo sin temor a defraudar.






HASTA EL PRÓXIMO DÍA

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