jueves, 8 de enero de 2015

Diario de un perroflauta motorizado, 418




Reivindicando desde hace casi veinte meses la escuela pública y laica, no cabe hoy en este Diario y en el corazón del perroflauta motorizado otra posibilidad que dejar el artículo que envié ayer a El Huffington Post a raíz del atentado perpetrado en la sede de Charlie Hebdo en nombre del fanatismo religioso. Sí, hoy también nos hemos reunido en el portal de la Consejera aragonesa de Educación, pero no quiero que una sola palabra o una fotografía puedan empañar la indignación que me deja el fanatismo de cualquier tipo.


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La fuerza de la razón frente al fanatismo religioso

Desconozco si Alá es o no es grande, por la misma razón que nadie es capaz de responder a si Farfolillo es amarillo o es verde (se trata de una palabra que inventé hace años para mostrar a mi alumnado de filosofía qué es un término sin referente, sin persona o cosa realmente designada). Personalmente, podría fundar la “Iglesia del divino Farfolillo” y dedicar todas mis energías a la adoración y difusión de su presunto mensaje, pero no por ello ganaría importancia u obtendría significado para los demás. Esa es la razón principal de mi estupor al enterarme de los asesinatos perpetrados a las 11.30 de la mañana del 7 de enero de 2015 en la sede de la publicación humorístico-satírica  Charlie Hebdo, conocida por sus  caricaturas de Mahoma y su agudo tino crítico de cualquier intolerancia religiosa.

Siete siglos llevamos fuera del medioevo y muchos siglos menos nos separan de la Inquisición y del Santo Oficio, lo que nos hace especialmente sensibles y críticos frente a cualquier  tipo de fanatismo. Han tenido que pasar sobre nosotros el Humanismo, el Renacimiento, el Racionalismo, el Empirismo, la Ilustración y muchos otros movimientos y corrientes modernos y contemporáneos para quedar relativamente libres de la intolerancia salvaje y criminal a la que hemos estado sometidos. Algunos sectores islamistas, en cambio, no han salido aún del más oscuro de los planteamientos medievales de antaño.
De ahí mi estupor y de ahí el horror que me produce que tres personas entren en la sede de una revista  de humor y asesinen a tiro limpio a doce personas (periodistas y policías) gritando “Alá es grande” o –el caso es el mismo- “Farfolillo es amarillo”. Sin embargo, sus correligionarios pueden decir también que muchas de las potencias occidentales montaron una guerra que ha costado más de un millón de muertos igualmente con el mendaz grito de que Irak poseía y estaba desarrollando armas de destrucción masiva, sin que jamás haya salido después de sus bocas un amago de petición de perdón o de arrepentimiento.

Arrecian las condenas del criminal atentado terrorista desde toda Europa y el mundo entero. Son doce muertos que ya son conocidos y respetados, a los que se les rendirán honores nacionales de primer rango. Personalmente, me sumo al dolor y a la condena de tamaño crimen. Sin embargo, a mi estupor causado por las doce víctimas francesas se une también mi consternación ante el silencio oficial e institucional, nacional e internacional, por el hecho de que diariamente mueren doce seres humanos de media solo en mi país por Hepatitis C no tratada con un fármaco existente, por el lacerante hecho de que el Gobierno no tiene recursos económicos suficientes para proporcionar el fármaco al menos a los 35.000 enfermos cirróticos que precisan urgentemente el fármaco o mueren irremisiblemente. 

El Gobierno calla y acalla. El Gobierno tiene todo el dinero del mundo si el objetivo es rescatar la banca o indemnizar a grandes empresas, por ejemplo, por suspender el proyecto Castor, pero mira hacia otro lado cuando le interpelan 800.000 seres humanos españoles que anhelan seguir viviendo, pues solo son daños colaterales de la crisis de la que afirma que estamos saliendo triunfantes.

Doce franceses abatidos por el fuego enemigo del fanatismo islamista. Doce víctimas mortales diarias en España, acariciadas por la científica mano de Milton Friedman. Un conocido me escribe y me cuenta que una persona le comentaba recientemente en la puerta de una de las oficinas del INEM que “hasta que no usemos la violencia no nos harán caso”. Entiendo a esa persona, pero me aferro con todas mis fuerzas especialmente hoy, siete de enero de 2015, a la noviolencia de Thoreau, Gandhi y Luther King, a las serenas enseñanzas de Kant, a la tranquila mansedumbre hasta la muerte de Sócrates. Nuestros derechos y libertades han de defenderse incondicionalmente solo desde la fuerza de la razón, y jamás desde la razón de la fuerza.

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Dejemos que hable la tierra por unos segundos. Quiero que sea esto mi última palabra


Hasta mañana


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