miércoles, 21 de enero de 2015

Diario de un perroflauta motorizado, 427


Leo en Facebook una “noche oscura” de una compañera a la que aprecio mucho: “Gira demasiado deprisa. En la noche se encabalga y su viraje envilece hasta devenir nauseabundo por ininteligible y extenuante a partes iguales. Un punto, una certeza para volver a mover el mundo con armonía. Pero no la encuentro. Si la hay, se esconde y juega a desazonar un cuerpo exhausto por su ausencia.
En la noche, todo gira demasiado deprisa y el silencio y la ausencia de certidumbre se hace ensordecedor”.

Y entonces desperté a Pedro Salinas y le pedí un poema que él tenía guardado en un rinconcito de mi alma. Enseguida me lo dio con una serena sonrisa. También Pedro Salinas pasó por cientos de “noches oscuras” a causa de ocultos males de amor. Es posible que la compañera del Facebook busque hoy certezas donde solo restan pronombres. Y un pronombre está a muchas leguas de distancia de cualquier certeza. Leí el poema de Salinas abriendo el corazón de cada palabra:

Para vivir no quiero
islas, palacios, torres,
¡Qué alegría más alta: vivir en los pronombres!
Quítate ya los trajes,
las señas, los retratos;
yo no te quiero así,
disfrazada de otra,
hija siempre de algo.
Te quiero pura, libre,
irreductible: tú.
Sé que
cuando te llame
entre todas las gentes
del mundo
sólo tú serás tú.
Y cuando me preguntes
quién es el que te llama,
el que te quiere suya,
enterraré los nombres,
los rótulos, la historia.
Iré rompiendo todo
lo que encima me echaron
desde antes de nacer.
Y vuelto ya al anónimo
eterno del desnudo,
de la piedra, del mundo,
te diré:
"Yo te quiero, soy yo".

Yo… Tú… Nosotros… Los pronombres no gustan de estar afincados en cargos, personajes, creencias y presuposiciones… ajenas. Los pronombres moran solo en el interior de cada un@. Un pronombre no depende de certezas ajenas y una certeza solo sabe ser propia, autónoma, inconmovible, inamovible. Por eso Salinas tilda de “alta alegría” vivir en los pronombres. Si un pronombre tiene densidad real es por haber germinado en la tierra donde acontece la mutua donación del alma. El resto no son certezas, sino papeles, roles que tarde o temprano corren el riesgo de desmoronarse. Te quiero pur@, libre, irreductible, tú… “Yo te quiero. Soy yo”.


Hace bastantes años escribí un cuento sobre una niña que no quería tener nombre porque no le gustaba el nombre que le habían puesto.  El cuento acaba  así:

- ¿Cómo te llamas? - preguntó ella al despertar. E inmediatamente quedó muy extrañada de haber formulado precisamente esa pregunta.

- Me llamo Yo -respondió él.

- Es un nombre muy raro... -dijo ella, sonriendo.

- No es un nombre raro -replicó él-, ya te acostumbrarás. De todas formas, mi nombre te permitirá conocer el tuyo... ¿Cómo te llamas?

- Yo no lo sé...

- ¿Lo ves? -dijo él-. Tenemos el mismo nombre.

- ¿También me llamo Yo?

- Sí -respondió el muchacho.

- Entonces será un lío -comentó ella-. Cuando la gente diga “Yo”, no sabremos a quién estará llamando de los dos y quién deberá responder o acudir...

- Aquí la gente no llama...

- ¿No?

- No -dijo él-.

- ¿Y  qué hace entonces? -volvió a preguntar la muchacha.

- No nos planteamos esas cosas. Nos basta con vivir y dejar vivir. Así logramos estar bien y que los demás también lo estén.

- ¿Podría quedarme a vivir aquí, con vosotros?

- Claro, si así lo deseas, puedes quedarte con nosotros -respondió él.

- Yo no sé hacer nada... -se sintió obligada a advertir la muchacha-. ¿Tú a qué te dedicas?

- ¿Quién? ¿Yo?

- Sí, tú -insistió la muchacha.

- Ya te lo he dicho, yo me dedico sobre todo a vivir y a dejar vivir, a estar bien y a no impedir que los demás también se sientan bien. ¿Qué te parece?

- No estoy segura, pero me gusta... -respondió ella, algo pensativa-. Tú eres lo más bonito que me ha ocurrido en mi vida...

- Ya vas comprendiendo. Me has llamado “tú”, ya estás en condiciones de decir de verdad “yo”.

- Estoy muy bien contigo - dijo la muchacha, sin acabar de entender el mensaje de su acompañante - ¿Cómo te llamas?

- Yo me llamo como tú quieras llamarme -contestó él.

- Yo también quiero tener el nombre que tú quieras regalarme cada vez...

- ¿Tú me quieres? -le preguntó entonces el muchacho con una sonrisa.

- Yo te quiero, claro que sí -respondió ella, radiante, aunque también algo confusa-. Tú eres mi amigo.

-¿Ves? Me has vuelto a llamar Tú....

 Entre sus manos entrelazadas, nació pronto una flor, a la que llamaron Nosotros”.

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Según estimaciones de la Policía Local, hoy no hemos llegado al medio millón de personas en el portal de la Consejera aragonesa de Educación. Antes de ir al portal, me he topado, merodeando los alrededores, con una placa que informa de la vivienda donde vivió Santiago Ramón y Cajal. Tras acabar la estancia en el portal, he estado con los compañer@s de Ganemos Zaragoza, que habían formado una mesa. Con mucho gusto he firmado y apoyado esa iniciativa.





El mundo será mejor cuando los pronombres marquen el rumbo y el significado de nuestra vida. No otra cosa nos dice Sinéad O'Connor en esta canción (Nothing compares 2 U):


Hasta mañana


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